Estoy harta de eufemismos que suavizan la realidad llamando violencia de género al asqueroso machismo de toda la vida, que desprecia el valor de la vida de la mujer.

Y no debería quejarme porque el año ha empezado con 20 días de respiro, sin ningún asesinato de mujeres a manos de sus compañeros o excompañeros sentimentales, cuando la media del 2006 ha sido de una mujer asesinada, por el que se cree su dueño, cada 5 días. Es más, si contamos a las mujeres que víctimas de la violencia machista han sido asesinadas por otros familiares; los casos de niñas y jóvenes que no alcanzan la mayoría de edad; los de prostitutas; los insuficientemente documentados, etcétera han sido 110 las vidas de mujeres cobradas en nuestro país por la barbarie machista el pasado año, lo que supone una media de una mujer asesinada cada tres días.

Llamemos a las cosas por su nombre. Admitamos que el atrevimiento de miles de hombres a declarar que una mujer es suya para siempre, por encima de la propia vida, y hasta de la muerte, no es una inclinación genética, sino un criterio aprendido, de una sociedad machista que considera a la mujer como una subespecie humana . Las palizas de un marido a su mujer para domarla a su gusto, las amenazas, las coacciones, las vejaciones, los malos tratos, tan cotidianos como el aire que respiramos, que una multitud de hombres, y no exagero, utilizan como estrategia para doblegar a su compañera, son distintas formas de lo mismo: Técnicas de imposición de un sistema patriarcal, apoyado en una arraigada mentalidad machista que hay que desterrar aunque para ello haya que transformar toda la estructura social empezando por el concepto tradicional de familia .

XEL PRIMEROx del año ha sido el exmarido de una mujer de 41 años. El asesino tras recoger al hijo de ambos, cuya custodia era compartida --muy previsor--, regresa tranquilamente, y revienta, a puñaladas, a la mujer que considera de su propiedad, y que en la flor de su vida empieza a recuperar la estabilidad afectividad con una nueva relación que él, como dueño suyo --que se cree--, no puede consentir. Después de haberla matado, va y se suicida . ¡Pues que se hubiese suicidado antes! Pero los maltratadores que se suicidan, siempre lo hacen después de cumplir con el sagrado precepto de marcar su territorio, en este caso con la sangre y con la vida de una mujer convertida, forzosamente en esclava, en pleno siglo XXI.

¡Pero cuántas veces he visto yo a los hombres marcar su territorio alrededor de sus mujeres !, esclavas que pasean por los parques, que van sonrientes al trabajo, al gimnasio, o de compras sin que nadie quiera o pueda ver la soga que amenaza sus vidas, impidiéndoles ser ellas mismas. Mujeres que, en muchas ocasiones no llegan a atreverse a plantear una separación por miedo, y que viven humilladas bajo la tutela de un marido o compañero que limita cada uno de sus movimientos, y al que tienen que dar cuentas de cada paso que intentan dar, y que muchas veces queda frustrado por no contar con el beneplácito de su dueño. Mujeres, a menudo, relegadas prácticamente al ámbito familiar, y privadas de acceder a cualquier estatus que se salga del círculo que les ha sido marcado, bajo la amenaza del miedo, el más castrante de los castigos, casi siempre sicológicos.

Y la sociedad anima a esas mujeres a liberarse, y a denunciar, pero muchas de las que se atreven a solicitar el divorcio, e incluso que denuncian el maltrato, tienen que soportan años de acoso de sus ex , que siguen limitándolas y controlándolas, forzándolas a esconderse para hacer su vida, obligándolas, a veces, al destierro, y al desarraigo, o a cobijarse en un centro de acogida; Son miles de mujeres que viven amedrantadas mirando para atrás, porque la sociedad no puede permitirse pagar un guardaespaldas para cada una de ellas. ¿Pero hasta cuándo?

¿Y por qué no son los maltratadores los obligados a irse a un centro de acogida que, a su vez, controle el cumplimiento que estos hombres hacen de las sentencias de alejamiento? Que sean ellos los que sufran el desarraigo, y los que lleven guardaespaldas. Es cuestión de legislar, y articular las medidas oportunas, que ejecuten con garantía las sentencias judiciales.

Claro que estas medidas, si bien son cruciales para las víctimas actuales, son un tratamiento sintomático al problema, que en su origen, habría que tratar reeducando a la sociedad entera, especialmente a niños y niñas, y cambiando paulatinamente sus clásicas estructuras, una vez que está demostrado que las actuales permiten el maltrato a la mujer, y además lo ocultan, y me refiero a cualquier estructura patriarcal, como la familia tradicional machista, tanto monógama como polígama, o incluso a la cohabitación en pareja, tal y como ahora se concibe. Habría que aprender a valorar el concepto de libertad individual, y desterrar de las mentes los imaginados derechos a la posesión sobre la propia mujer , que en base a unas distorsionadas ideas de la fidelidad, del honor y del deshonor, permanecen fuertemente arraigados en la mentalidad machista, pero todo esto habría que hacerlo ya, actuando sobre la inestimable herramienta de los medios de comunicación de masas, y con la implicación de todos los hombres y las mujeres que entiendan el problema, y quieran acabar con él.

*Profesora de Secundaria