En el primer artículo de esta serie enmarcaba la necesidad de un proceso constituyente en la actual sociedad española, y en el segundo explicaba por qué es más conveniente que un simple paquete de reformas constitucionales. Hoy escribo sobre el consenso necesario en el que se debería producir. Un proceso de este calado solo tiene sentido si la España posterior es más sólida, más cohesionada, más igualitaria y tanto o más libre que la actual. Hay que dejar claro, ante todo, que una Constitución no puede serlo de una parte del país, ni de la mitad, ni de la mitad más uno. Una Constitución es un proyecto de nación que debe aspirar al mayor consenso posible. Es, nada menos, el edificio político en el que todos aceptamos convivir.

El texto aprobado en 1978, con sus logros y limitaciones, obtuvo notable consenso, aunque no tanto como el que se ha vendido. Participaron en el referéndum 17.873.271 españoles (el 67,11% de los 26.632.180 censados), es decir, que hubo otros 8.758.909 (32,89%) que no se vieron concernidos. De los votantes, lo hicieron a favor 15.706.078, un alto 88,54%. Sin embargo, si calculamos el voto positivo sobre el total del censo, observamos que solo el 58,97% de los españoles ratificaron la Constitución acordada por las élites del momento. Poco más de la mitad.

Esto quiere decir cuatro cosas. La primera es que no es difícil lograr un consenso mayor con un nuevo texto constitucional; la segunda es que sería muy deseable conseguir más que ese 58,97% de ciudadanía favorable, y que no hubiera ninguna región con resultado parecido al de Euskadi (solo el 30,86% votó a favor); la tercera es que eso solo es posible lograrlo mediante un proceso constituyente; la cuarta, que no nos podríamos permitir que la nueva Constitución tuviera en ningún caso un consenso menor.

¿Cuál es el escenario político actual? Sin duda, muy complejo. Sobre todo porque la crisis económica internacional ha socavado los cimientos del sistema de partidos, y la eclosión del 15-M en 2011 fue un punto de inflexión en la política española; hay nuevos agentes políticos, algunos de potencia extraordinaria, y cualquier análisis que hagamos en este momento se basa solo en encuestas, pues los próximos procesos electorales darán resultados inéditos en España.

¿QUE GRADO de consenso sería posible en este momento? Analizando casi todas las encuestas disponibles, que son muchas, habría tres grandes bloques (PP, PSOE y Podemos) que se disputarían en márgenes muy estrechos en torno a un 20%-25% del voto cada uno. Utilicemos el barómetro del CIS de octubre, uno de los más rigurosos y más cercanos en el tiempo: PP (27,5%), PSOE (23,9%), Podemos (22,5%), IU (4,8%) y UPyD (4,1%). Hablando de proceso constituyente es fundamental tener en cuenta al bloque nacionalista (CIU, Amaiur, PNV, ERC, BNG, CC y Geroa Bai) que suma un 8,7%.

¿Qué dice cada fuerza política de un proceso constituyente? El PP no solo rechaza la idea, sino que también es refractario a grandes reformas. En el PSOE habitan dos almas, tal como se comprobó en las primarias celebradas en julio pasado: la del proceso constituyente (las corrientes Izquierda Socialista, que logró un 15% de voto, y Socialismo Democrático que no llegó a la recta final pero a la que algunas encuestas daban en torno a un 5% de apoyo); si tenemos en cuenta que hubo más de un 30% de abstención, no es aventurado afirmar que aproximadamente una cuarta parte del PSOE prefiere un proceso constituyente.

Tanto Podemos como IU llevan el proceso constituyente en sus respectivos programas, y con certeza el bloque nacionalista apostaría por ello; UPyD también lo defiende. Si sumamos, pues, a la ciudadanía representada por Podemos (22,5%), nacionalismos (8,7%), la cuarta parte del PSOE (6%), IU (4,8%) y UPyD (4,1%), vemos que habría ya hoy un 46,1% favorable, casi la mitad de los españoles. Los dos matices fundamentales a esto son: primero, que no se puede hacer un proceso de este tipo sin que el PP lo apoye y, segundo, que no se puede trasladar la voluntad de las direcciones de los partidos a la de sus votantes, es decir, que habría que abrir asambleas ciudadanas y consultas entre las bases para conocer verdaderamente la voluntad popular.

Concluyo, pues, que existe en España una clara pulsión favorable a un proceso constituyente, que es posible y deseable un consenso mayor que en 1978 y que hay que trabajar mucho y bien para lograrlo. El PSOE, en mi opinión, con su doble alma, es quien debería tirar del PP hacia ese consenso y reforzar con su apoyo lo que existe a su izquierda; sería, además, la mejor manera --si no la única-- de reconciliar a este partido con su pasado y con la ciudadanía contemporánea.