De vez en cuando aparece en estas páginas un artículo o una carta al director recordando la vida ejemplar de alguien que acaba de dejarnos. La mayor parte de las veces, ese ejemplo de todos y para todos suele ser un maestro. Alguien que ha ejercido su profesión durante muchos años, los suficientes como para haber enseñado, educado y orientado a varias generaciones de una localidad. De entre todos los alumnos que, seguro, comentaron a lo largo de su vida las faenas que le hicieron, las bromas que le gastaron, las mentiras que, pobres, pensaron creyó, excepcionalmente, uno de ellos recuerda que fue un factor determinante en su vida, que le impulsó a superarse, a ser algo más de lo que el destino parecía tenerle reservado. Uno, digo, excepcionalmente, se acuerda de su maestro y agradece, por escrito, su vida. No está mal, menos es nada.

Cuando leo esos artículos, agradezco íntimamente el detalle a su autor y aplaudo en silencio a quien lo inspiró. Al fin y al cabo, somos colegas y algo me toca. Luego, cuando la emoción se aplaca y la realidad recupera su lugar, me doy cuenta de la equivocación: yo no soy maestro, sino profesor de Secundaria, de ESO y de Bachillerato.

XUN MAESTROx, entre otras muchas cosas dignas de elogio, suplanta o complementa, según los casos, la figura del padre en la Educación Infantil, con todo lo que ello comporta de admiración, imitación y sometimiento de los alumnos y, por eso, de responsabilidad por su parte. Un profesor de Secundaria trabaja con adolescentes. Sigue siendo un adulto, pero, ahora más que nunca, forma parte del bando paterno y, por ello, comparte y sufre la rebelión a la autoridad, inherente a esa etapa de la vida. Educa lo que puede, forma, impulsa también, pero su labor está siempre más cerca de la crítica que de la imitación, no digamos de la admiración. ¿Alguien ha leído alguna carta dedicada a un profesor de Secundaria? ¿Tan malos somos todos?

Hace dos semanas murió Rafael Pérez Massó . Un hombre culto, educado hasta el extremo, discreto, elegante en su fondo y en forma, gran conversador, dotado de un finísimo sentido del humor que dejaba entrever su enorme altura intelectual. Un profesor enamorado de lo que enseñaba, Inglés, consciente de su importancia y empeñado siempre en trascender su actual enfoque utilitario. Su formación en España, Inglaterra y Estados Unidos, sus viajes por medio mundo, alguno de los cuales tuve la suerte de compartir, como su amistad, sus lecturas constantes, su sed de información, le situaban en un puesto inmejorable para ejercer una profesión que, espero, sus alumnos habrán sabido valorar.

Siempre se preocupó y se ocupó, cuando pudo, del bienestar de los demás. Pero nunca quiso molestar a nadie. Por eso, cuando la enfermedad le obligó a ser otro, a hablar sólo de sí mismo, prefirió refugiarse en su soledad, discreto, como siempre fue.

Nunca oí hablar mal de Rafa. Siempre he estado orgulloso de haber sido su amigo. Por eso y porque sólo era profesor de Secundaria, hoy me tocaba a mí escribir este artículo.

*Profesor