Si la reforma de Esperanza Aguirre toma cuerpo (lo dudo: hay mucho miedo a combatir el miedo), los profesores contarán con un arma de defensa. Si un chaval les rompe la cara podrá ser imputado de un delito contra la autoridad. No acabo de entender que eso traiga sosiego, porque, dada la ley del menor, no hace falta que le rompa la cara al profesor, puede aserrarlo en dos y tampoco le pasará nada. La justicia española, como todo lo de la raza, es un rompecabezas: sirve para partirnos la crisma. El endemoniado asunto de la mala educación española no pueden resolverlo nuestros actuales políticos, porque en gran medida son gente que no entiende la necesidad de la educación. No digo mi ministro, que se trata de una excelente persona y un sabio (aunque por el reparto de competencias solo pueda ejecutar faenas de aliño), pero sí buena parte de la clase política central, autonómica y municipal. Supongo yo que ningún periódico osaría investigar el grado de estudios de la élite política. Sería peligroso. Sin embargo, basta con lo que leemos en el currículo de sucesivos nombramientos para percatarnos de que muchos de los actuales responsables de la decisión administrativa solo han terminado el bachillerato, y no todos. Es verdad que hablo sin datos, pero me temo que esos datos han de ser más secretos que los ingresos reales de sus señorías. El caso es que nuestros numerosos políticos tienen empleos a los que no afecta la crisis, ganan sueldos de ejecutivo, ejercen un trabajo muy descansado y reciben unas pensiones fastuosas. Dicho en breve, han triunfado en la vida. Han logrado eso que todos los españoles desean: currar lo menos, buen rollo en el tajo, salir en la tele y cobrar un pastón. Ricos y famosos. Podría suceder que pensaran como esos triunfadores, casi todos del ramo del tocho, que miran con estupefacción al hijo que quiere estudiar. Si persiste, llega un momento en que su padre le suelta el grito eterno, inmortal: "¡Pero no ves, desgraciao, que los estudios impiden triunfar en la vida! ¡Mírame a mí!". Y lleva razón.