Mi mayoría de edad coincidió con la llegada de la democracia. Entre mi juventud y el espíritu de renovación que imperaba parecía que iniciábamos un camino que nos iba a conducir a algo parecido al paraíso, donde todo sería justo, honrado, responsable y libre. Asistí a mítines, pegué carteles y repartí propaganda con una gran ilusión. En poco más de 30 años hemos ido haciendo ese camino y, aun reconociendo que hemos construido una sociedad mucho mejor, sobre todo en el ámbito económico, cada vez es más evidente que el paraíso que nos prometían no existe; como mínimo, no tenemos cabida en él. ¿Es un engaño la democracia? No. Continúo pensando que el hombre no ha sido capaz de encontrar un sistema político mejor. Pero es decepcionante que, habiendo progresado tanto en conocimientos técnicos y científicos, no hayamos sido capaces de mejorar algo que la cultura griega desarrolló hace 2.500 años. Me duele ver cómo hay gente que aprovecha la situación de privilegio que le da ser representante del pueblo para usarla en beneficio propio. Espero que los partidos --no solo la justicia-- castiguen de forma ejemplar a los corruptos. Espero que nadie vuelva a venir, como cada cuatro años, a repartir sonrisas, a abrazar a niños y a hacer demagogia. Espero que no me vuelvan a hablar de mi responsabilidad como ciudadano ante unas elecciones, que no me vuelvan a engañar con promesas vacías. Y, sobre todo, espero que no aparezca nadie que, aprovechando tanta incompetencia y desfachatez, quiera convencernos de que este modelo de sociedad es pernicioso y nos lleve a caminos desastrosos. Ah, y no me pidan que vote. Demuéstrenme antes que lo merecen.

Manuel Hernández Mansilla **

Correo electrónico