XPxroserpina, La Charca, fue siempre para nosotros un lugar único, mágico, deslumbrante, misterioso, todo a la vez. Hasta allí íbamos en peregrinación esforzada --andando o en bicicleta-- para justificar la grandeza del pasado de una ciudad que, mal que nos pesara, había venido a menos. Los domingos de canícula, entre vino con casera, sardinas, pestorejo y gazpacho, un pueblo entero --niños y viejos-- daba rienda suelta a su instintiva necesidad de sentirse medio desnudos junto al agua de nuestros orígenes. La muralla imponente, las entrañas turbias de lo desconocido. La boca del infierno, los pretendidos manantiales, submarinos y frescos, que nunca existieron. El Pez cocinero --un horrible y devorador monstruo de las profundidades-- con el que nos asustaba el viejo Juan el Cañí . El Lavadero, con sus oxidados artilugios para limpiar la lana, nos daba cobijo cuando íbamos a por las mejores moras de los zarzales en suelos frescos. Los bocines con sus leyendas de abismos. Los campos ardientes de alrededor, llenos de lagartos, canchales y conejos. Todo un mundo que sólo está ya, difusamente, en el recuerdo de quienes llenamos por aquellos contornos una parte importante de nuestras vidas.

Luego, en un flash de progreso modelo años sesenta, aquello se llenó de chalets, construidos apresuradamente, sin servicios apenas, con un abastecimiento de agua no potable, sólo para andar por casa. En fin, el desarrollismo de secano, que a pesar de todo nos hizo casi felices a quienes tuvimos la suerte de tener allí un sitio.

Más adelante, cuando se vació la charca y por pura necesidad tuvo que llevarse el agua potable, comprobamos que sus misterios, los de los emeritenses sobre aquel cuenco de granito, no eran para tanto. Sólo tuvimos claro que Proserpina necesitaba urgentemente un sistema de alcantarillado para solventar un problema de vertidos que desde las fosas sépticas se iban acumulando en el fondo impermeable y rocoso del vaso para corromper su pureza milenaria.

Supimos que aquellas burbujas que salían a la superficie cuando removíamos los cienos fríos eran de metano --el gas de los pantanos-- y que el proceso acumulativo con los vertidos de los wateres terminaría irremediablemente con el tesoro que siempre había sido el lago para los romano-emeritenseses, que siempre buscaron sus aguas para solaz de sus cuerpos, como atestigua la invocación en piedra a la diosa Proserpina por quien se vió desnudo, en mitad de sus orillas, cuando un ladrón inesperado le robó la túnica y otras prendas. En resumen, que bajo el esplendor de la Mérida divertida, lúdica, dominguera, por el subsuelo de la sociedad rica --entre comillas -- de las nuevas clases sociales emergentes --del desarrollismo, vamos-- avanzaban, inexorable e irremediablemente, los detritus inconfesables de toda nuestra humanidad biológica, hacia el fondo del gran vaso que construyeran tan cristalinamente nuestros antepasados romanos.

Ahora, es sorprendente que se anuncie a bombo y platillo el asfaltado de algunas calles que vierten a las orillas y como se desprende de la noticia van a hacer canaletas para recoger el agua de superficie. Es lo que han hecho durante estos años: cáscaras, fuentes, rotondas, que son más rentables electoralmente, borrando a la vez, cuando no demonizando, todo el esfuerzo pasado por hacer ciudad desde las tripas, cuando el dinero era tan caro, no existía Europa y no había patrimonio que vender.

Escandaliza el gasto tremendo en un centro de interpretación de dudosa intencionalidad y funcionalidad práctica por encima de la imperiosa necesidad de construir un colector en anillo alrededor de La Charca para recoger con alcantarillados todos los vertidos domésticos de las viviendas e incluso, por qué no, ampliar con cautela --y a muy baja densidad-- la edificabilidad del entorno. Después de diez años de autobombo de quienes mandan en el ayuntamiento, con prensa, radio y televisión propios, para linchar y exterminar a quienes piensen diferente, esas son las soluciones para Proserpina: Cáscaras, inutilidades, cuestiones electoralistas.

Personalmente entiendo que el alcantarillado de Proserpina debería estar ya en funcionamiento o en todo caso hacerlo prioritario sobre otros gastos con recursos europeos que marcan especial preferencia para los temas de vertidos y agresiones medioambientales. Después de diez años en el ayuntamiento no pueden hacer juegos de prestidigitación sobre obligaciones tan ineludibles. O sea, alcantarillado en Proserpina .

La Charca está llamada a ser la escapada natural, ociosa, lúdica, de los emeritenses. Tiene poderosas razones para jugar ese papel. Está cerca Royanejos que ha de ser un gran parque periurbano, no una abortada e ilusoria ciudad romana al estilo de Samuel Bronston , como un día pretendieron y de la que nunca más se supo. Ahora se gasta el dinero en un centro de interpretación y en asfaltar algunas calles. Lamentable. Vamos a hablar mucho de Proserpina, porque a pesar del tiempo y las promesas sigue siendo la asignatura pendiente. Pero para eso hay que creer en un sueño de ciudad para la que ese vaso de agua, más que bimilenario, entre campos de granitos al sol, sigue siendo un enclave mágico a la sombra de Carija.

*Exalcalde de Mérida