La secesión de la provincia serbia de Kosovo, para constituir un nuevo Estado en los Balcanes, constituye el último avatar del ciclo de violencia que culminó en 1999 con la intervención de la OTAN para proteger a los kosovares de la vesania represiva de Slobodam Milosevic, seguida por el establecimiento de un protectorado de Naciones Unidas.

Los festejos de Pristina también clausuran el largo y sangriento proceso poscomunista abierto en en el año 1991 para la destrucción de Yugoslavia, el viejo sueño de los eslavos del sur, que en otros tiempos fue una garantía de estabilidad para las mismas potencias que ahora rematan sus despojos. En Belgrado, los moderados y europeístas consideran que la amputación de un territorio que es la cuna de su nación constituye un castigo colectivo y, por tanto, injusto, sombrío legado del difunto Milosevic y el odio étnico.

A la inversa de lo ocurrido con la guerra de Irak, las potencias europeas asumen una pesada carga y una grave responsabilidad al seguir la iniciativa de un George Bush en el ocaso de su carrera presidencial para apadrinar la secesión de Kosovo, a sabiendas de que, sin resolución de Naciones

Unidas, no hay base legal para cercenar la integridad de Serbia, un bien tan relevante como la autodeterminación que invocan los kosovares.

Por ese motivo Rusia denuncia el acto de "ilegal einmoral", que "socava los cimientos de la seguridad europea", las fronteras intangibles del Acta de Helsinki (1993). Bruselas espera que el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, gestione la ambigüedad y facilite el despliegue de la misión europea que presidirá una transición de 120 días para evitar que el nuevo Estado caiga en poder de la red criminal y las mafias del narcotráfico, según teme el último informe europeo.

La secesión de Kosovo, además de establecer un peligroso precedente geopolítico, susceptible de alentar a otros movimientos separatistas, desde el Cáucaso al Atlántico, plantea más problemas de los que resuelve, desde la estabilidad regional y la suerte de la minoría serbia a los efectos en otros territorios como Bosnia, donde los serbios esperan emular a los kosovares.

En la pugna abierta por los presidentes norteamiercanoy ruso, simulacro de una guerra fría con olor a petróleo --vivida durante décadas y que dividió el mundo en dos grandes bloques, con sus continúas pugnas y tensiones--, los europeos se alinean en este asunto con Estados Unidos para bloquear la ambición del ruso Vladimir Putin de llegar al mar Adriático, sin reparar en que convierten a Serbia en el chivo expiatorio, promueven las tendencias paneslavas, convocan al fantasma de la Gran Albania y fracturan a la Unión Europea, dividida como está en este asunto y que hoy intentará alcanzar una posición común.