Hay quienes, no hace mucho, todavía negaban la crisis estructural y el modelo de sociedad consumista que nos ha llevado a ella: una economía del ladrillo, del turismo sexual y de borrachera y de segundas residencias que destrozan la costa. Todo ello, avalado por el dinero público de gobiernos de izquierdas en su mayoría. El resultado ha sido un naufragio inmenso. Para solucionar el problema, el Gobierno da más dinero a los bancos, como si estos fueran los más perjudicados por la crisis, monta grandes infraestructuras, desdobla carreteras que solo tienen tráfico en verano, se asfaltan campos de cultivo y se destruye el paisaje.

Lo curioso es que quienes nos metieron en la crisis son los mismos que deciden qué pasará con nuestro dinero. Sin embargo, no he visto que nadie haya ido a un juzgado a denunciarlos, ni que ningún fiscal los investigue. El poder ayuda al poder; quienes tienen el mando se protegen unos a otros. Cuando los partidos políticos acepten verdaderos debates, abiertos y libres, con listas transparentes para que la gente pueda elegir, entonces tendremos una democracia de verdad. La filosofía del crecimiento continuo y de ganar más y más tiene que acabar. No se puede consumir petróleo indefinidamente, ni electricidad ni recursos naturales. Cada vez hay más ciudadanos que opinan que el sistema financiero no funciona, pero están atrapados por las hipotecas. Hay que reaccionar o nos perderemos en un desierto eterno. Una crisis debe ser el motor de un cambio. ¿A qué esperamos?

Nuria Fernández **

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