Hay una forma culta de protestar contra la guerra. El domingo oímos una antología de citas condenatorias de las guerras, que alguien debería editar, y a quien le pueda interesar la denuncia reposada, intelectualizada y reflexiva, sepa que en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, todos los días, hay una lectura de un texto de Las mil y una noches, como condena a la guerra.

Esta imaginativa idea de forma de protesta se le pudo ocurrir a Terenci Moix, que ha muerto indignado contra los que han montado la guerra. Era un enamorado del Nilo, pero algo de amor debía tener reservado para el Tigris y el Eufrates, y las civilizaciones que se sucedieron junto a sus aguas, que no fueron la faraónica, pero que tampoco estuvieron mal. La magia y la sensualidad de los cuentos de Las mil y una noches siempre ejercieron una especial fascinación sobre Occidente, y la lectura pública de esas historias es una manera de rendir homenaje a los escenarios donde se desarrollaron y a sus gentes refinadas, que Bush las pinta como si fueran una banda de patanes.

El palurdo es él. Cuando sus antepasados comían con los dedos, en Bagdad todo era finura. Por cierto, ¿qué espera el señor Jiménez de Parga para declarar inconstitucional la presencia española en el conflicto? Recientemente hablaba con orgullo de los tiempos en que sus antepasados granadinos se bañaban en aguas olorosas de variados colores. ¿Y de dónde les vino tanto refinamiento, si no de Bagdad? Al bombardear la capital iraquí, bombardean un poco nuestros orígenes gloriosos. España no puede ser cómplice y el TC ha de frenar tal aberración.