Hasta hace poco existía la creencia del que el PSOE -por su historia, por su componente de izquierdas y por su cohesión interna- era la garantía de conjugar en España una fuerte descentralización política y administrativa con un estado donde la solidaridad entre los ciudadanos estuviera acreditada independientemente del lugar en donde radicaran. El PSOE era bastión de defensa frente a las actitudes centrípetas de los partidos nacionalistas que pretendían fortalecer su autonomía tanto como debilitar al estado, porque entienden que en la medida en que éste sea más frágil ellos serán más poderosos.

Es cierto que el discurso nacionalista es esencialmente populista porque tiene cierto crédito que acumular poder cercano puede ser beneficioso para quien está próximo. Pero sobre todo, porque el patriotismo de los nacionalismos periféricos, a diferencia del general, está exento del demérito que profirió el franquismo al acomodar el concepto de España a la dictadura. Al contrario, la persecución que hizo el régimen anterior de las lenguas y la señas de identidad de las nacionalidades llamadas históricas, acreditó a quien hacía bandera y monopolio de ellas de un plus democrático.

Ahora la cuestión está en que el PSOE se ha lanzado a una política de alianzas con fuerzas nacionalistas para ocupar poder donde era inalcanzable por sus propios méritos. En esa mixtura, el PSOE, en algunas latitudes, se ha disociaciado hacia posiciones nacionalistas que eran impensables hace tan sólo unos años. Sólo así se puede entender la obsesión identitaria de los líderes del PSC que han dejado en segundo plano las políticas sociales y de derechos civiles para ocupar un espacio político que antes era de Convergencia i Unió. Les interesa tanto que su porción de la financiación sea más generosa como que se note que tienen derecho a un trato distinto.

La cosa tiene mal remedio porque el resto de los socialistas españoles no están dispuestos a ceder ni la identidad que proporciona la bandera de la solidaridad ni tampoco consentir establecimiento de privilegios en la forma de organizar el estado de las autonomías. El reto es para José Luis Rodríguez Zapatero y su fijación con el desarrollo de lo que antes era la "España plural" y ahora está reconducido hacia la "España diversa". Parecería razonable que el PSOE dedicara esfuerzos a prestigiar una España fuerte como soporte de un proyecto colectivo de izquierdas capaz de influir en el mundo. Sobre todo porque competir con los nacionalismos es una batalla perdida desde el momento en que estos para vivir necesitan conjugar el victimismo con la insaciabilidad. La complicidad del PSOE con los partidos nacionalistas, hasta ahora, sólo le esta propiciando una pérdida de su esencia e identidad.

*Periodista