Un agente de publicidad al que conozco vagamente me dijo en una ocasión que la publicidad no vende nada que el comprador no deseara comprar previamente. Su tesis autocomplaciente -que supongo secundarán muchos publicitarios- es que la publicidad no crea deseos sino que simplemente se dedica a satisfacerlos.

Tengo mis dudas. Es cierto que el ser humano es una fábrica de deseos, algunos de ellos fáciles de satisfacer (el café de la mañana, el paseo bajo las estrellas) y otros, técnicamente imposibles. Y en política estamos hartos de ver cómo se generan ilusiones que no conducen a ninguna parte. Artur Mas , sin ir más lejos, se ha entregado en los últimos años a una peligrosa tarea: en vez de trabajar como un político preocupado de satisfacer las necesidades del pueblo, se ha erigido en publicitario ad hoc de uno de esos sueños difíciles, muy difíciles de llevar a cabo: lograr la independencia de Cataluña.

Dirá mi colega publicitario de Mas que se ha limitado a darle forma a un sueño que anidaba en la mayoría de los catalanes. Y sobre esto vuelvo a tener mis dudas. Sin el ferviente anhelo independentista de Mas y los suyos, esta Cataluña en horas bajas -como el resto de las comunidades-no se vería en una encrucijada en la que el Tribunal Constitucional se reserva la última palabra. El slogan de Mas, tres palabras que valen su peso en oro ("Madrid nos roba"), ha logrado enmascarar que los políticos de casa roban más y mejor. Artur Mas sería un gran publicitario, el mejor del mundo, si no se hubiera obstinado en promocionar un producto sentimental tan fácil de vender y tan difícil de comprar.