Hay ideas que alcanzan la categoría máxima en la escala de lo dogmático: la de tabú. Algo peor es que ese tabú sea, además, una falacia. Un tabú-falacia frecuente es la idea de que el género de alguien es criterio suficiente para validar (o censurar) su opinión. Me explico con algunos ejemplos.

Casi todos tenemos la certeza de que habría que intentar incluir más mujeres en los contenidos de las materias escolares (filosofía, ciencias, arte); contenidos que, para nuestra vergüenza, apenas parecen más que una lista de obras de «varones ilustres». Es imposible no asentir a esta idea. ¡Tenemos que rescatar a las pensadoras, científicas y artistas ninguneadas por siglos de machismo! Pero el asunto se vuelve más confuso si lo que se reivindica es introducir un porcentaje de mujeres independientemente de su valía objetiva. Aunque la educación es en gran medida una institución política en donde se han de denunciar con contundencia los motivos por los que la ciencia ha sido siempre «asunto de varones», la propia ciencia no es un entidad igualmente política, por lo que en ella no caben criterios paritarios de representación ajenos a los propiamente científicos. Nadie querría ir a una facultad de ciencias o artes solo porque lo que allí se estudiara fuera obra paritaria de varones y mujeres (independientemente de su valor científico o estético). Salvo que se adopte algún tipo de -insalvable- relativismo (como el de los que argumentan que los propios criterios de cientificidad y argumentación están determinados por el género dominante - aquello del «falogocentrismo» que decía Jacques Derrida-), la idea de que a alguien se le conceda más autoridad epistémica por el hecho de haber sido discriminado como mujer es una variante de la falacia «ad hominem». Podemos llamarla «falacia por el género».

Otro ejemplo. Se discutía el otro día en las redes a propósito de la prohibición de participar a los varones en ciertas reuniones feministas. Aunque muchos consideraban esto como un caso claro de discriminación, otros lo justificaban con argumentos. Uno de ellos aludía a la «tendencia genérica (en los dos sentidos) del varón a tomar el protagonismo en los debates y a impedir que las mujeres hablen». Esto (que recuerda a los argumentos con que se defiende la educación segregada) es, de nuevo, un caso de «falacia por género»: se prejuzga que lo que alguien busca en un debate, simplemente por ser varón (y diga lo que diga), es el protagonismo y la dominación. Esta falacia ha sido, por demás, dirigida durante siglos contra las mujeres, a las que, dijeran lo que dijeran, se les callaba (y calla) por el simple hecho de ser mujeres.

El otro argumento para segregar a los varones en ciertos foros feministas es que «el feminismo (como otras teorías emancipadoras) debe ser explicado y defendido con prioridad por aquellos que sufren, en primera persona, este tipo de opresión». Creo que esto es otra versión de la falacia «generis causa». Sufrir el machismo no te hace necesariamente más experto o eficaz en la exposición o defensa del feminismo. Igual que ser víctima del terrorismo o el racismo no hace a alguien necesariamente más capaz de explicar sus causas o proponer medidas para erradicarlos (lo cual no significa, obviamente, que no haya que escuchar a las víctimas). Las ciencias, o incluso la praxis política, son tareas que requieren una distancia y objetividad que no es siempre favorecida por la experiencia en primera persona.

Frente a lo que indica el sentido común, la experiencia propia no es la piedra de toque para comprender algo. Un psiquiatra no tiene que estar loco para curar la locura (ni un fiscal corrupto para juzgar la corrupción, ni un forense muerto para analizar un deceso...). Del mismo modo, un revolucionario no tiene que ser un oprimido (casi ninguno lo ha sido) para mejor teorizar y llevar a cabo la revolución. Ni un feminista mujer para poder debatir y llevar a cabo mejor que nadie los propósitos del feminismo. Dichos propósitos, justo porque son justos no tienen género. Lo que tienen es verdad, que es un género de cosa muy distinta. Mezclar a ambos (verdad y género) es la falacia.

*Profesor de Filosofía.