TEtn los últimos años, se ha hablado mucho sobre las puertas giratorias y las dudas éticas que generan aquellos que se benefician de estos mecanismos de colocación. Parece ser que los altos cargos no tienen demasiadas cortapisas legales para entrar en la nómina de ejecutivos de las grandes multinacionales, una vez que han abandonado sus responsabilidades institucionales. Y esto genera dudas sobre la imparcialidad y limpieza de esos que, primero, toman decisiones alusivas al desarrollo de unos grandes entes empresariales y, después, son contratados por esas mismas corporaciones.

En este sentido, hay quien apunta a que algunos políticos se preparan el terreno de lo privado desde lo público, para que no les falte el parné cuando el partido o los ciudadanos les descabalguen de sus poderosas posiciones. Pero, también, se señala como muy plausible otra opción, según la cual esas grandes corporaciones demandan los servicios de numerosos ex de todos los partidos y tendencias para poder acceder, con sus tentáculos teledirigidos, a todos los recovecos de dondequiera que se esté ejerciendo un poder real.

El caso es que, de un modo u otro, algunos de nuestros representantes públicos acaban trabajando al servicio de intereses particulares, después de haber sido árbitros de un mercado participado por esos mismos intereses. Y esta realidad no desprende un aroma precisamente embriagador para unos ciudadanos hartos de chanchullos y tocomochos. No repara la ciudadanía, sin embargo, en que también hay jueces que hacen uso de las puertas giratorias que comunican la judicatura y la política.

Y eso es más peligroso y preocupante aún. Porque se puede contemplar, cada vez con más frecuencia, que quienes deberían de ocuparse, exclusivamente, de la aplicación aséptica de la ley, se implican en proyectos partidistas, para, más tarde, si la cosa no va del todo bien, volver a juzgar. Cuando esto ocurre, se hace lícita la sospecha de que el juez pueda tener intereses de parte que aniquilen, por completo, las garantías constitucionales que, como ciudadanos, habrían de asistirnos. Y así tampoco es posible una democracia real.