TLta fuerza volcánica de las puestas de sol en el Trópico son sobrecogedoras: ese romper de nubes como un inmenso patio de naranjos en el Malecón de La Habana; esas islas flotando sobre fuego en Santo Domingo; esa invasión de luz en la garganta de Centroamérica...

Y el remanso de paz en el poniente de los mares que a esa hora descansan en los recortes costeros de Europa llenan de sosiego a nuestros ajetreos. Y de belleza a la antigüedad artística de los elevados minaretes del sur mediterránico, coronados en el Bósforo.

Pero yo siempre retornaré a nuestros atardeceres extremeños. El sol bajando por las ramas de encinas y alcornoques; soplando la retama, el cerro de jarales, la pizarra, el granito. El rojo más intenso buscando los riachuelos, las gargantas de piedras y de helechos. La despedida entre lienzos de muralla y baluartes llevándose la luz a Portugal...

Extremadura tiene las más interesantes despedidas, variaciones de la luz, de los colores, de los paisajes escondidos, de aquellos patrimonios humanos, naturales que muchas veces ignoramos. Y hemos de retornar a la valoración de lo que es nuestro. De este legado que a veces descuidamos y que si lo perdemos, habremos destrozado una parte impagable de nuestro ser.

*Historiador y portavoz del PSOE en el Ayuntamiento de Badajoz