El devenir reciente de la Unión Europea, unos años de crisis y convulsiones, puede explicarse a partir de dos ejes: la crisis económica (la deuda y la gobernanza del euro) y la crisis política (el auge nacionalismo aparejado con los populismos de extrema izquierda y derecha). La crisis política ha puesto a la UE ante difíciles situaciones, como el brexit o el auge de Marine Le Pen en Francia. El populismo en diferentes países tiene en común el rechazo del proyecto común (al que ven como hostil a la población), el regreso a las esencias propias y la ruptura del statu quo. El catalanismo siempre ha sido europeísta, pero en una confusa sucesión de declaraciones y tuits de rectificación, Carles Puigdemont ha coqueteado con colocar al independentismo entre las filas del euroescepticismo, un lugar en el que el catalanismo jamás hubiera imaginado que estaría y en el que Cataluña nunca debe situarse.

La deriva de Puigdemont no ha hecho más que acelerarse desde que hace ahora un mes cambió de opinión sobre la marcha, no convocó las elecciones como había dicho que haría a los mediadores, presidió la desangelada declaración de independencia y se dio a la fuga a Bruselas junto a otros cuatro exconsellers. Desde su llegada a la capital belga y comunitaria, Puigdemont ha aumentado su tono contra la Unión Europea al considerar que prefirió dar su apoyo al Gobierno de Mariano Rajoy antes que a su vía unilateral hacia la independencia. Su propuesta de un catexit (que los catalanes voten si siguen o salen de la UE) sitúa a Puigdemont y a la lista electoral que preside más cerca de un Nigel Farage que del clásico movimiento democristiano europeo. No es el primer dirigente de la antigua Convergencia que lo hace: cabe recordar el vídeo de felicitación con el que Artur Mas recibió la victoria en EEUU de Donald Trump, el más exitoso de los populistas del siglo XXI. Parece que en el imaginario victimista del independentismo Madrid ya no tiene toda la culpa de los sinsabores de Cataluña, ahora Bruselas también aporta su parte. La realidad es otra: el bienestar moderno de Cataluña no se entiende sin Europa. La sociedad catalana no se merece que algunos de sus líderes la sitúen donde no debe estar: en la radicalidad de los populismos que socavan la UE. El coqueteo de Puigdemont con el euroescepticismo es una irresponsabilidad. Otra más de una larga lista.