XMxe sorprende y me invita a la reflexión lo de "el punto de vista humanitario", frase recurrente que oímos tan a menudo, especialmente en el ámbito político. Y me sorprende porque no entiendo, desde la perspectiva política, otra forma de enfocar la resolución de los problemas sociales que no sea basándonos en el sentido humanitario, porque antes que nada, antes que mujeres y hombres, pobres o ricos, blancos o negros, humildes o poderosos, católicos o musulmanes, somos seres humanos. Sentado este principio indiscutible, ¿podemos tener un punto de vista que no sea humanitario? Ya sé que la respuesta queda muy abierta porque una de las características de los humanos es la capacidad de rozar lo sublime y lo miserable casi a la vez, pero obviando los extremos, los seres humanos compartimos, nos guste o no, un destino común, un planeta común y un espíritu común: el humano.

Desde esta perspectiva, creo que la única que importa, nos enfrentamos estos días al problema de la inmigración, es decir, al problema de compartir nuestra riqueza y nuestra seguridad, con otros seres humanos que hoy no la tienen, porque las fronteras, y las alambradas, marcan grotescamente las diferencias y los derechos. Si pudiéramos sentar en nuestra mesa a todas las personas que pasan hambre y necesidad en el mundo, seguro que lo haríamos, porque el factor humano está presente incluso en el hombre-lobo, pero no es posible porque un problema colectivo de tal dimensión no cabe en el afán individual. ¿No tenemos nada que hacer entonces? Sí, podemos erradicar nuestro egoísmo, podemos ponernos en lugar de, podemos gritar, denunciar, intentar convencer a los que nos rodean, para que juntos hagamos algo que impida tanta indiferencia, tanto sufrimiento y tanta injusticia. Los derechos en la Tierra no los puede marcar una alambrada y resulta grotesco, y poco humanitario, que una raya en el suelo separe el hambre y la enfermedad de la opulencia y la atención sanitaria.

¿Por qué nosotros sí y ellos no? ¿Qué hemos hecho para merecer esta vida sobrada de lujos y despilfarro, para haber nacido en la sociedad de la opulencia, del bienestar, de la riqueza...? ¿Qué han hecho ellos para merecer lo contrario? En ocasiones sólo nacer al otro lado de la raya, al otro lado de la alambrada. Y encima pretendemos protegernos castigando al que pide, al que alarga la mano a través del alambre de espino, porque bien parece que todos los derechos del hombre han caído a una parte de la frontera. ¿Es justo alejar de nuestra visión el drama que se refleja en todos los ojos que nos miran? ¿Es muy humano agruparlos como a rebaños para tenerlos aún más cercados? ¿Es muy legítimo montarlos en camiones y abandonarlos a su suerte, a cuatrocientos kilómetros, sin agua, sin alimentos, en muchos casos sin calzado... ¡para que escarmienten!?

En mi conciencia sé que nos estamos confundiendo, que estamos taponando una brecha imposible de sostener, que esto no es un reflejo de la humanidad que nuestra condición de humanos nos exige. Yo no quiero cerrar las fronteras, no quiero que el mundo se construya con muros, que nos aíslen en rediles a los seres humanos. ¿Se imaginan cada grupo defendiendo con uñas y dientes sus míseras posesiones, como los hombres primitivos, organizados en tribus y matando a los que osen acercarse para recoger las sobras de sus riquezas ?. Sé que es un problema que exige algo más que corazón y sangre caliente, sé que el mundo no puede abrirse sin que se resquebraje los privilegios de unos pocos y también sé que la palabra utopía se inventó para definir el sueño imposible de un mundo sin fronteras, pero también sé que esto no es sostenible y que ha llegado lo hora de compartir y desalambrar. ¡Basta ya de demagogia política! Mientras los políticos irresponsables se encierran en lujosos despachos para hacerse fotos, las organizaciones de ayuda humanitaria trabajan en el desierto, dando de comer al hambriento o de beber al sediento --¿les suena a algo?-- en un mundo más real que el de los inalámbricos, los móviles o el ciberespacio. Es necesario achicar las diferencias, acortar las distancias y buscar soluciones entre todos, porque la Tierra es de todos y nadie nos ha dado un derecho de propiedad para excluir a los iguales. La Tierra no es más nuestra que de ellos sólo por haber nacido en una orilla distinta. Si queremos que el tercer mundo entre en el primero de forma pacífica, ya podemos tenderle la mano para que entren y buscar la mejor forma de asegurarles una vida digna.

Compartir y transformar no es más caro que alambrar y vigilar. Hace días comentaba con un amigo estas inquietudes y los dos concluíamos en que en los ojos de la inmigración se refleja la desdicha de una situación que ellos no pueden comprender y que nosotros no deberíamos entender ni justificar.

*Diputada en el Congresodel Grupo Popular