EL HOMBRE. Era Juan Morales Vinagre un hombre de mérito. Hecho a sí mismo, de bondad desbordante y siempre cercano a su familia y amigos. Tenía una eterna letanía: "Mari, Mari es un cacho pan, es lo mejor que me ha pasado en mi vida". Se embelesaba hablando de José Mari, Quico y Luismi. Siempre andaba preocupado en tener bien colocado el manto de protección que había dispuesto para las hermanas y sus amigos.

EL EMPRESARIO. Esfuerzo, pasión y generosidad apoyaban el márketing personal de Juan en sus negocios, volcado en cuerpo y alma en ser fiel a sus clientes. Este objetivo habitual y frío en cualquier empresa era su pasión, perseguida cada día como necesidad vital y desde una entrega personal sin límites, que distinguía a este catedrático de la generosidad.

EL EXTREMEÑO. Juan nació pacense y fue un buen hijo de Cáceres. Su aspecto penitente, de paso lento marcado por el ritmo de la conversación, dejará un poco huérfano Cánovas, por el que cada tarde, con su hermano José María, hacían repaso a la jornada, interrumpidos con paradas para saludar a los amigos.

LA VERTEBRACION SOCIAL. Esta asignatura pendiente de Extremadura y de todos nosotros se llevó buena parte del tiempo que Juan quitó a su familia. Abrió puertas de amistad y comprensión entre personas de todas las tendencias políticas, sociales y económicas. Atacó la crispación y facilitó el entendimiento y el respeto por todas las ideas. Convocó a la suma de esfuerzos y soñó una Extremadura feliz y unida. Los que se pararon en su aspecto siciliano, siempre parapetado tras el eterno cigarro, no saben lo que han perdido. Vaya putada que nos has hecho, Juan, marchándote sin decir adiós y dejándonos toda tu sangre aquí, empapando Extremadura.