SIESTA ELECTORAL. Faltan días para la cita electoral y el desinterés ante las elecciones generales parece pactado, no ya por los partidos, sino por los propios ciudadanos, que se sienten entumecidos por un Congreso de los Diputados con mayoría absoluta, que ha dormido al personal en la monotonía de unas sesiones inútiles en las que nadie convence a nadie por muchos argumentos que esgrima. Se diga lo que se diga, se mienta lo que se mienta, se decida ir a la guerra, a sabiendas de que alguien morirá, no se tuerce un voto. La sumisión a las siglas puede más que la ética, la moralidad y la libertad de conciencia cuando hasta las vidas humanas se ponen en juego con la fuerza de los votos.

PROGRAMAS. A pesar de todo, tenemos que meditar el voto. Lo primero que debe hacer un demócrata es repasar los programas que votamos hace cuatro años y mirar si quienes ganaron hicieron lo prometido o lo que les pareció, burlando la esencia del voto. El mismo análisis a la oposición. La única forma de pedirles cuentas se presenta ahora, ante las urnas. Si nos decepcionó la oposición o consideramos que se ha gobernado con un programa distinto al que dimos nuestro voto, es el momento de castigarles. ¡Con los votos no se juega!

CANDIDATOS. Más de lo mismo es la frase que tanto utilizan los políticos y que ahora nos viene al pelo. No vemos ministrables en las listas extremeñas del PP ni del PSOE. Con nuestro respeto a quienes forman las candidaturas, tendremos cuatro años más en los que Extremadura seguirá sin tener presencia en el ejecutivo de Madrid, gane quien gane. El no estar en los órganos de decisión se traduce en la escasez de inversiones en nuestra tierra y, aunque para ser ministro no haga falta ser diputado, todo cuenta y si en las listas van los mejores, ya me dirán ustedes. Quizás el PP, si vuelve a ganar, descubra que un ministro extremeño podría, de verdad, hacer sombra al eterno Rodríguez Ibarra de sus pesadillas nocturnas.