Filólogo

Vayas donde vayas, te asediará la corte de monárquicos puristas que cuestionan, en voz baja, a Letizia, la plebeya. Si los monárquicos eternales han mantenido una educada prudencia, y han utilizado más la letra chica y la entrelínea que el afilado estilete, estos monárquicos menestrales, que conocen la monarquía por el parentesco con el primo que trabajaba en el cortijo del marqués de la Garrota, son intransigentes en la defensa de las esencias.

La monarquía mediática exhibió frustración y languidez por la insurrección de un apellido humilde, pero estos aristócratas de la alpargata no dudan en tirar de navaja cabritera, recular para coger fuerza y esgrimir, sin escrúpulos, la prohibición de Felipe V sobre el reinado de las mujeres, y la programática de Carlos III que prohibía los matrimonios morganáticos, o sea, que los reyes se casen con personas de inferior condición. A tanta estulticia suman el sacrosanto machismo del sumo pontífice J. Peñafiel: "No me gusta como reina de España: está divorciada", que como se sabe es palabra de dios. La divorciada está necesariamente peor vista que la célibe, repiten, exquisitos, quienes consintieron siempre, por activa y por pasiva, por delante y por detrás, el derecho de pernada, el machismo de estirpe, el desprecio por los hijos bastardos, y entregaron, sin reparo, los suyos propios al vasallaje sexual para lograr, de por vida, la pertenencia a la casta de los fámulos.

Estos puristas no se han enterado de que la mosca del vinagre tiene casi la misma composición genética que el Príncipe y Letizia, y si me apuran, que el marqués de la Garrota, pero empeñados en que no se aguachine la sangre azul con la roja se han ido a los alrededores del medievo, han desenfundado el inquisidor que llevan dentro, se han apostado en las bocacalles y en los bares, y crucifican y machacan a todo el mundo con su inmaculado feudalismo. ¡Qué casta!