Con el viento de las encuestas soplando a favor del PP --seis puntos arriba-- y, con buena parte de los electores tradicionales del PSOE negando abiertamente la capacidad de ZP para sacar al país de la recesión económica, la mirada del personal se vuelve hacia Mariano Rajoy . Un dirigente político que en las encuestas, paradójicamente, va muy por detrás de las buenas expectativas demoscópicas del partido que preside. Es un caso raro, porque, ya digo, los mismos que dicen que si mañana hubiera elecciones votarían al PP mantienen notables reservas respecto de las capacidades de liderazgo de quien, en principio, parece llamado a encabezar las listas populares.

Esa renuencia tiene mucho que ver con la personalidad del líder conservador. Un hombre que si bien dice de sí mismo que es previsible --por oposición a Zapatero , a quien tilda de lo contrario--, lo cierto es que en relación con el problema que más preocupa a la gente --la recesión económica--, sigue sin decir qué haría él, qué medidas adoptaría para salir del trance. Muchos son los que comparten su diagnóstico sobre la ineficacia de las reformas que propone la vicepresidenta Elena Salgado , pero también son legión quienes esperan de su boca el tratamiento para enderezar la economía frenando la caída del empleo (cuatro millones y medio de parados), emplazando a los bancos y cajas de ahorro para que abran el grifo del crédito a las pymes (más del 90% de nuestro tejido empresarial) y reduciendo un déficit que ronda el 11%.

Para no quedarse en el fácil registro del diagnóstico, Rajoy tiene la obligación política de explicar pormenorizadamente cuáles son sus medidas específicas para salir de la crisis. Señalar las grietas que afloran en un edificio resulta útil, pero quienes se presentan como arquitectos y presumen de ello tienen que demostrar algo más. Que diga cómo hay que hacer para superar la crisis; que diga Rajoy qué haría él si hoy fuera ya mañana y estuviera gobernando España.