Dicen que a cada cerdo le llega su san Martín y aunque todavía no es tiempo de matanza... parece que algunos están empeñados en que sea ‘la hora’ de la Religión en la escuela. Y eso a pesar de la reciente sentencia del TSJEx a favor del derecho constitucional a la formación moral y religiosa en las aulas, en igualdad de condiciones con respecto al resto de materias.

En los últimos años observo, como docente del sector público, una beligerancia por parte de un determinado y reducido número de personas hacia la asignatura de la competencia trascendente, que se intensifica en determinados sindicatos y en redes sociales. Tanto que incluso uno de cada tres extremeños ha votado en la reciente encuesta de elperiodicoextremadura.com que la Junta ¡debería saltarse la ley y no aplicar el auto del juzgado! Me parece de traca.

Cierto es que la política siempre ha sido y será difícil por tratarse de decidir la manera de manejar los recursos púbicos, que son de todos; pero la peor política es la de la imposición de aquello que no demanda la sociedad. Desde aquí lo vemos muy claramente en el caso del independentismo catalán: unos pocos nos imponen su agenda en función de intereses particulares y muy poco legítimos (muy poco constitucionales, en ambos casos), ignorando la voluntad del resto.

Y digo yo, ¿qué daño hace una materia optativa a aquellos que no la eligen? Si más del 70% de los padres en Extremadura piden clase de religión para sus hijos, ¿por qué hay quien se empeña machaconamente en abrir una y otra vez el mismo debate? ¿No está claro que los recursos de todos están bien invertidos en este punto?

Les aseguro que hay problemas mucho más graves y acuciantes en educación, a saber: la alta tasa de interinidad, el absentismo y el fracaso escolar, la integración de los móviles y el uso de redes sociales, el acoso y ciberacoso, el sedentarismo en los niños y jóvenes, las nuevas metodologías de enseñanza, la gratuidad de los libros de texto, las ratios y desdobles, los horarios semanales del profesorado, la efectividad de las evaluaciones, la racionalización de las tareas escolares, etc. ¡Un larguísimo etcétera que tardaríamos mucho en desglosar!

Por tanto, como padre y como docente, hago un llamamiento especial a aquellos que nos representan: por favor, ¡ocúpense de lo importante que buena falta nos hace! No me cabe duda de que la mayoría estamos cansados de aquellos que quieren imponer su agenda laicista. O dicho de otro modo y parafraseando a Heinrich Böll: «Qué pesados son estos ateos, ¡siempre hablando de Dios!».