En el instituto estamos llevando a cabo un proyecto que pretende educar en valores desde los libros. Y en la biblioteca se fomenta la lectura para que los alumnos reflexionen, debatan o vivan a partir de las vivencias de otros y aprendan que el respeto es preferible a la burla, el cariño al menosprecio y la empatía a la incomprensión.

La labor de los educadores, sin embargo, a menudo se enfrenta a desafíos que van más allá de la idiosincrasia de los chavales o de su situación social o familiar. Esto es lo que ha ocurrido cuando en apenas una semana hemos podido contemplar dos espectáculos lamentables justamente en el ámbito del deporte. Ese que debería ser uno de los que más contribuyera a difundir valores como el compañerismo, el esfuerzo, el trabajo en equipo y la aceptación ya del fracaso para superarlo ya del triunfo para compartirlo con humildad. Unos padres bastante indignos, por ser benigna, en sendos campos de fútbol de Baleares y Cataluña se han liado a tortas, escenificando una violencia propia de los más violentos animales irracionales entre los gritos desesperados de una mujer a la que se oía una y otra vez un impotente ¡Qué vergüenza! Que ninguno de los heroicos contendientes podía oír.

Luego han venido los lamentos de algunos, la inoperancia de otros que afirman que no pueden echar a los padres de los campos y la declaración deslenguada de uno de los valientes progenitores de que volvería a hacer lo mismo y de que toda la «tangana» que se había liado estaba injustificada.

Invade el desánimo cuando se asiste a la aceptación social de la violencia entre plañideros discursos de repulsa. Cuando los políticos de Podemos califican una agresión bestia y fascista como «pelea de bar». Cuando los de la CUP defienden desde su posición privilegiada de parlamentarios un escrache y una ocupación de sede como «acción política». ¿Cómo impedir que cunda el ejemplo? Pues aunque se nos llene la boca con aquel «me queda la esperanza» de Miguel Hernández, lo que nos suena en el corazón es ese tremendo «¡Qué vergüenza!» de la buena madre abochornada.

* Profesora