THtacía tiempo que no se producía un alboroto tal en la roma política española: ¡Que vuelve Rodrigo Rato , anticipadamente, de Washington! Las últimas horas, en Madrid, han estado pobladas de rumores: que si regresa para hacerse con las riendas de la oposición, tolerado por el Gobierno (o no); que si es un retorno estrictamente privado, aunque colaborará con el líder de su partido para que llegue al poder; que si vuelve para casarse (¿no se podría haber casado allí?), que si tiene una oferta sustanciosa (¿más aún?) de una empresa privada...

Conozco a Rato desde hace medio siglo, aunque no lo haya frecuentado mucho en los últimos años, y sé de su pasión por la política y por el poder. Lo ejerce con el dominio de quien conoce lo que es mandar desde hace generaciones. Ha sobrepasado circunstancias adversas familiares, acusaciones filosas, ha sido puesto en duda, en cuarentena y expuesto a las tempestades. De todas ha salido. Ahora vuelve del Fondo Monetario Internacional... ¿y qué?

Y nada. Rato tiene cincuenta y ocho años, muchos a su espalda de servicios públicos. En esta España tan cruel ya estaría prejubilado en la banca y en TVE. No le queda mucho tiempo para hacer lo que deba hacer, en todo caso: casarse, enriquecerse (un suplemento, en todo caso), apoyar a su jefe en las elecciones de marzo... Para lo que no le queda tiempo, me parece, es para ser presidente del Gobierno de esta España que propicia el efebismo político, contemplado en todos los sentidos.

Ya digo que lo conocí de niño, brutote y líder, y he seguido, como espectador periodístico, las fases de su carrera. Lo aprecio, y admiro muchas de sus cualidades, pero yo, la verdad, prefiero a alguien que anda más cerca de la tierra, a quien adivinamos las equivocaciones y las dudas. Alguien más cercano, que se conmueva al leer una columna periodística, al escuchar una melodía o al contemplar un partido de fútbol, aunque no hable un inglés perfecto. Cierto: una mezcla de las buenas cualidades de Rajoy y Rato haría un dirigente político invencible; pero una mezcla de sus defectos sería muy peligrosa. Si tengo que elegir entre la constelación de nombres que empieza a poblar el espectro del centroderecha, me quedo con este Mariano tan próximo, tan de casa, con tantas carencias pero con cierto encanto y una indudable honradez. Y Rato pues eso: que lo apoye, tras no haber movido un dedo por nadie desde la lejanía.

A mí, la verdad, todo esto de la conmoción , el terremoto , la convulsión y tantos otros adjetivos empleados para referirse al retornado me deja bastante frío. El estilo Sarkozy , como el viejo estilo Fraga , no acaba de emocionarme, y este Rato que llega advirtiendo de que no entrará en primera línea de fuego político --los políticos, cuando dicen jamás , quieren decir hasta esta misma tarde -- tiene un aroma sarkozyano, como lo tiene también el impetuoso Gallardón . ¿Qué viene? Pues que venga. ¿O no?

*Periodista