La luz azul del semestre español de la UE señala un horizonte, no decepcionar, que Europa no salga más rota del trance de lo que entra, con eso basta; y un camino: intentar dar las menos lecciones posibles a los demás pese a lo aficionado que es a la falsa modestia el presidente Rodríguez Zapatero . La agenda que ha preparado España es ambiciosa y estos días nos estamos hartando de oírla. Resulta inevitable ya que estamos de estreno. Pero si tanto euroanuncio gubernamental no va pronto acompañado de brotes o indicios, semillas por lo menos, de que alguno de los malos datos domésticos, del PIB al consumo, y sobre todo el paro, empiezan a experimentar la mejoría que ha augurado el Gobierno, terminarán aburriendo, primero en casa, después, por simpatía, en la gran prensa extranjera; que hay que decir que no ha sido ni especialmente generosa ni precisamente amable al recibir a la cuarta presidencia de turno española. Tan escéptica y displicente con España --bueno, con el gobierno de Zapatero-- la estadounidense como la británica o la francesa.

Nadie nos ha regalado nada a los españoles nunca en Europa y ahora no iba a ser la excepción. Pero esta vez los críticos tienen al menos parte de razón. Al contar con los peores datos económicos de los países de nuestro entorno y los peores pronósticos, esta vez los españoles nos tenemos que tragar que nos califiquen de problema y enfermo de Europa. Las hermosas palabras del presidente Zapatero ya no bastan, ni su bien modulada voz.

Con hechos nos va a tocar demostrar esta vez --no a nosotros, al gobierno, claro-- no que tenemos la solución mágica, que nadie la tiene, pero sí que podemos ser útiles al conjunto en un momento de incierto cruce de caminos como el que vive la UE; un club demasiado grande para tomar decisiones coherentes sin traumas, y a la vez, paradójicamente, demasiado pequeño y dividido --si nos comparamos con los grandes emergentes China, India, Brasil-- para competir por el trozo de pastel que quede tras la crisis... cuando la crisis acabe. España al parecer no saldrá con los demás sino después, los últimos de la fila, eso dicen todas las previsiones internacionales. Mi primer buen deseo de este primero de año, entiéndalo así, por favor, como un lujo bienintencionado que quiero pedirle a los Reyes: tal vez (tal vez) si nos traen un poco de fe en nosotros mismos podamos desmentir --o acortar-- el mal fario de las previsiones.