Portavoz de

Interior del Grupo Parlamentario Socialista

Alonso de la Torre publica en este periódico un artículo titulado El Mariano que yo conocí . Allí describe las aristas aceradas, dureza de carácter, retórica inclemente y demoledora, así como los sentimientos de humillación, impotencia y rabia del portavoz en la oposición, Elías Lamela, frente al entonces presidente de la Diputación Provincial de Pontevedra, Mariano Rajoy. Ahora que la exaltación marianista ha llenado el país de turiferarios que agitan enérgica y multitudinariamente todo tipo de botafumeiros e incensarios, paralelamente a las unanimidades a estilo búlgaro que acatan los designios del jefe que preside una democracia digital, bueno es que periodistas como Alonso de la Torre cuenten sus experiencias. Yo he tenido también la ocasión de poder conocer algo a don Mariano Rajoy. Como portavoz de Interior he constatado muy de cerca su talante y su comportamiento como ministro de Interior en comparecencias, preguntas, interpelaciones y durante muchas horas de presencia. Quiero referirme solamente a dos hechos directamente conocidos y que creo pueden ser bastante expresivos de su forma de ser y de actuar. Recién designado ministro de Interior, presentó y defendió en al Pleno de la Cámara el Proyecto de Ley de Reforma de la Ley de Tráfico y Seguridad Vial. Este proyecto le fue devuelto al Gobierno porque la mayoría popular perdió la votación, sin duda a causa del desenfreno y la enajenación transitoria de que fue presa, desencadenando una catarata de groserías e insultos contra este diputado socialista, simplemente porque utilizó en la contestación a una de sus diputadas un latiguillo convencional levemente crítico que alude a comportamientos infantiles propios al parecer de los antiguos colegios de monjas. Don Mariano retornó a su Ministerio con la Ley rechazada y sin embargo, cuando volvió a remitirla de nuevo a la Cámara realizó un cambio muy significativo de táctica y nos ofreció negociación y consenso, que le fue aceptado por nuestra parte. Así pues, en aquel trance Mariano Rajoy, a diferencia de su grupo, no demostró rencor por el desaguisado que le habíamos producido en su primera comparecencia en el pleno y puso de manifiesto ciertas condiciones de político pragmático y posibilista.

Pero he visto también durante esta legislatura a otro Mariano Rajoy, muy parecido al que describe Alonso de la Torre, tratando de ningunear y humillar a los diputados de la oposición, ofendiendo a las personas, faltando a la dignidad de la Cámara y degradando el debate hasta niveles ínfimos y chabacanos. Hasta aquella Sesión de Control al Gobierno del miércoles 13 de marzo de 2002, pocas veces se había visto en el Congreso a un ministro, y menos de Interior, que en vez de contestar a las preguntas de la oposición sobre cuestiones graves y muy preocupantes para millones de ciudadanos, las eludiera descaradamente mediante el uso del escaqueo dialéctico, mofas, chistes, trabalenguas, acertijos y el insulto evidente como el que le dirigió a doña Carmen Romero cuando ésta, indignada ante el fraude que a las funciones de control estaba haciendo el señor Rajoy le espetó: "Usted debe creer que los españoles somos imbéciles". El señor Rajoy, siguiendo por el despeñadero de frivolidad y menosprecio que había iniciado, le contesto: "Yo no pienso que los españoles sean lo que usted ha dicho que pienso yo. Fíjese que en mi ingenuidad ni siquiera lo pienso de usted". A otro compañero que preguntó sobre el alto número de vehículos robados, le contestó, coreado por las risas de los populares, lo siguiente: "Yo no puedo decírselo, a mí no me han robado el coche porque no tengo coche". Finalmente creo qua acerté a expresar la indignación de mi grupo cuando en mi turno le dije que se estaba convirtiendo en el bufón de la corte y tomándose intolerablemente a risa al país, al Parlamento y a los ciudadanos.

Después vino la reprobación que el Grupo Parlamentario Socialista planteó contra él, no solamente debido a su fracaso evidente en política de seguridad ciudadana (durante su mandato la criminalidad creció un 10% y todos los sindicatos policiales se unieron contra él) si no también por su conducta irrespetuosa y frívola, que ofendía gratuitamente a los diputados en la sede de la soberanía nacional y menospreciaba las preocupaciones de tantos ciudadanos temerosos por los altos índices de inseguridad. Así pues, es posible, nadie lo niega, que don Mariano Rajoy posea muchas de las virtudes que se le atribuyen, pero también hemos de concluir que debajo de las mismas late una alta dosis de agresividad, complejo de superioridad, desprecio a las personas y, si llega el caso, olvido del significado de las instituciones democráticas, particularmente de aquéllas que tienen como misión controlar al Gobierno.