A los sindicatos españoles no les ha cogido por sorpresa la crisis que sacude al modelo de crecimiento mundial. Sin esperar a conocer las causas y los remedios para superar el bache, han enviado un mensaje diáfano: nadie puede atribuir a la clase trabajadora que sea uno de los agentes que ha propiciado la crisis global. Al contrario: hasta hace poco, en España se tenía como uno de los principales contribuyentes al largo período de crecimiento continuado, desde 1994 hasta hoy, la actitud de los sindicatos mayoritarios (UGT y CCOO), dispuestos a firmar acuerdos con el Gobierno y las patronales, siempre que fueran equitativos.

Esa larga tradición de cooperación con los poderes públicos, puede quebrarse si no se entienden bien los mensajes que los líderes sindicales lanzaron ayer. Los dirigentes estatales reiteraron la denuncia de los excesos de los promotores de vivienda, la "usura" de las entidades que conceden créditos para comprarla y la necesidad de aplicar políticas concretas para el colectivo de los inmigrantes, que sufren en mucha mayor proporción, respecto a los nacionales, la pérdida de empleo.

A estas preocupaciones, se suma el temor de que las empresas utilicen la retracción económica mundial como excusa para exigir moderación salarial en la negociación de convenios. Un argumento inapropiado, porque no hay ni un solo indicio de que en la crisis actual hayan influido los salarios de los trabajadores, sean cualificados o no, fijos o eventuales, inmigrantes o asentados. Es hora de buscar otras vías de pacto laboral.