Cuando los conocidos sucesos del pasado domingo se iban desencadenando me vino a la cabeza la película ¿Quién puede matar a un niño? (1975) de Chicho Ibáñez Serrador. El filme comienza con serie de fotografías de adultos maltratando a niños y una pareja británica que las contempla con perplejidad. Ella está embarazada. Van a pasar sus vacaciones a una isla del Mediterráneo. Una vez allí, los dos turistas descubren que no vive ningún adulto, que en el hotel nadie les espera y todo está plagado de unos misteriosos niños. Al final un pescador, el último adulto superviviente, les cuenta en pleno shock que han sido los pequeños los responsables de la matanza de todos los habitantes de la isla y que nadie pudo hacer nada porque a los niños no se les puede hacer nunca daño.

Al margen de esta boutade del maestro del terror, llevo dándole vueltas a las motivaciones que llevan a cualquier ser humano a matar a otro, y menos a matar a un ser indefenso, que sólo puede inspirar ternura o buenos sentimientos. También pienso en los padres de ese niño asesinado, de ese pequeño pez devorado por otro pez más grande y que sólo pensaba en sí mismo. Otro aspecto que me molesta son los tuits de apoyo de los políticos. Todos se apuntan a la condolencia, pero yo quiero menos pésames y que se pongan a trabajar en leyes que disuadan o pongan coto a estos comportamientos criminales. Menos tuits y más trabajar.

Finalmente, me quito el sombrero ante los profesionales que cubrían el caso y que, aun sabiendo de las sospechas sobre quién era la presunta asesina, dejaron hacer su trabajo a los cuerpos de seguridad del Estado, que finalmente pudieron desenmascararla. Había en el asunto un tufo extraño, una sospecha de caja llena de gusanos que solo podía abrirse desde dentro. Esperemos que estos días el asunto no se convierta en El Gran Carnaval de Billy Wilder. Refrán: Todas las personas mayores han sido niños antes. (Pero pocas lo recuerdan). Antoine de Saint Exupery.