Profesor

Ni un seductor Mañara ni un Bradomín he sido --ya conocéis mi torpe aliño indumentario . Empezar así, mucho antes de que Serrat popularizara el verso machadiano, uno de aquellos exámenes de reválida de grado elemental, a los que se sometía a los alumnos de trece o catorce años hace décadas, preguntando después a quiénes se refería el autor, era, sin duda, una exageración. Como lo era que en el examen de Preu , que los estudiantes de Cáceres habíamos de hacer en Salamanca, el porcentaje de aprobados apenas llegara al diez por ciento.

Recuerdo que estando uno mismo a punto de pasar dicha prueba corrió la voz, digna de crédito, dada la sotanocracia de la época, de que en el tribunal examinador había un cura que preguntaba el Padre nuestro ¡en francés! Así que allí estábamos todos recitando lo de ne nous induis pas en tentation , con un acento que no hubiera entendido, de haberla podido escuchar, ni el mismísimo destinatario de la plegaria... Sin embargo, aquellos exámenes lograban dos importantes objetivos: por una parte, homologaban las calificaciones obtenidas en colegios e institutos; por otra, proporcionaban a quienes los superaban una razonable seguridad de que se hallaban en condiciones de cursar estudios superiores.

Pienso en lo anterior tras leer ciertas críticas a la nueva y mucho más asequible Prueba General de Bachillerato, que entrará en vigor dentro de un par de cursos. Si no estuviéramos ya acostumbrados a que la disputa política haga defender a algunos que lo blanco es negro con tal de llevar la contraria a sus adversarios, dichas críticas nos resultarían sorprendentes.

¿La verdad no era la verdad, dijérala Agamenón o su porquero? ¿No habrán pensado quienes claman contra la próxima prueba que si a alguien beneficiará ésta será precisamente a los alumnos de los centros públicos, cuyas calificaciones, según está demostrado estadísticamente, son más fiel reflejo de sus conocimientos que las de quienes proceden de otras instituciones en las que priman más los intereses doctrinarios, si no económicos, que los educativos? ¿A quién perjudicará la reválida, al alumno responsable que, con independencia de su origen social, de los medios económicos de los que su familia disponga, haya cursado un buen bachillerato, esforzándose, preparándose adecuadamente para los estudios universitarios, o al niño de papá que haya recibido sobresalientes a precio de oro en lugares que todos conocemos? ¿Quién teme la homologación de los niveles académicos que una prueba como la anunciada implica? No debieran hacerlo los alumnos de la enseñanza pública, pienso yo. Al contrario. Debieran felicitarse de que, al final, todos los estudiantes sean medidos por el mismo rasero. De que para obtener su título todos hayan de acreditar los mismos conocimientos.

Es comprensible que la oposición intente erosionar como pueda al Gobierno, pero la necesidad de distinguirse del adversario político, la tentación de decir justamente lo contrario de lo que éste diga, aunque sea que dos más dos son cuatro, no debiera llevar a tales pérdidas del norte. ¿O es que diferenciarse de Aznar y los suyos en otros asuntos más peliagudos, en los que ciertos barones socialistas están coincidiendo sospechosamente con ellos, no es tan rentable electoralmente?