Esta que escribe tiene perro y lo quiere como piensa que se debe querer a un perro.

Con pena lo ve envejecer y procura hacerle sus últimos años felices y llevaderos sus achaques, aunque es consciente de que el amor y la devoción que él siente por sus amos nunca podrán ser correspondidos del mismo modo.

Cree que una mascota ayuda a educar a los niños en la responsabilidad. También tiene fe empírica, ---claro que eso ya no es fe-- en el poder terapéutico de los animalitos, que pueden llenar de cariño y sentido vidas que han perdido uno y otro. Declara que la crueldad gratuita con ellos solo revela barbarie. Y respeta a los animalistas, aunque no comparta sus creencias, porque creencias las considera.

Escrito lo cual, afirma que en su opinión muy modesta no es lo mismo un animal racional que uno irracional, y que, a lo mejor es ignorancia, pero no ve más que incoherencia en los que defienden a estos últimos de una manera que se le antoja algo fanática, cuando llaman asesinos a los que matan toros, pero no se les ocurre exigir el mismo título para los que fumigan cucarachas o eliminan ratas, que son tan animales como los astados.

Una, además, sostiene su derecho a exigir que sus representantes se preocupen y legislen sobre cuestiones importantes, cuando no urgentes. Por eso anda ahora escamada con esas iniciativas parlamentarias que le parecen, con todos los respetos, mareadoras de perdiz. Con los presupuestos sin aprobar, la educación sin pactar, el problema catalán más enconado que nunca, un paro altísimo, un empleo precario, la fuga de cerebros, la red ferroviaria insuficiente, Europa en riesgo y no sigue porque no cabe aquí ni una décima parte de lo que le preocupa, no ve en absoluto prioritario salvar los rabos de las mascotas.

Además de no entender que se impida cortárselo incluso a las razas cazadoras o de guarda. Por no mencionar la nueva incoherencia de que se protejan antes sus pabellones auriculares y sus colas que sus testículos. ¿O es que no se mutila igual cuando se les capa? Con perdón.