El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy , compareció ayer en conferencia de prensa para hacer un balance del año que termina. Después de una hora de resignación, lamentos y algún que otro buen propósito --tampoco muchos porque no es aconsejable ser optimista en estas circunstancias--, queda la impresión de que Rajoy no se sale en nada del guion, de que es perfectamente previsible, cumpliendo así con un adjetivo que se le ha adjudicado en diversas ocasiones.

No se salió del guion al abordar la crisis económica. Una vez que el Gobierno del PP ha incumplido la mayoría de lo que prometió --subida de impuestos; no revalorización de las pensiones; acceso al subsidio de desempleo más difícil; ayudas públicas a la banca o creación del banco malo, entre otras medidas--, el resto del discurso es repetitivo y monocorde, con un argumento central: hacemos cosas que no dijimos y que no gustan a nadie, pero, si no las hiciéramos, la situación de España sería mucho peor (con un déficit del 11% o más).

Tras este planteamiento, dijo comprender el escepticismo de la población, la desesperanza, la impaciencia e incluso la decepción de la gente, y por eso no se atrevió a pedir paciencia ni confianza ciega, sino comprensión y solidaridad. Acertó al definir las medidas como dolorosas, pero es muy dudoso que sean equitativas, como también las definió.

Rajoy admitió que en su programa no figuraban todas estas decisiones, que justificó de nuevo por la herencia recibida (un déficit del 9% en lugar del 6%), pero sí otras que enmarcó en la ampulosa afirmación de la "más ambiciosa agenda de reformas" de los últimos años: reducción del déficit, ley de estabilidad presupuestaria, reestructuración financiera y reforma laboral. Incluso ciñéndonos a estas cuatro reformas, el balance no es nada halagüeño: el déficit puede acabar en el 7%, solo dos puntos menos que en el 2011; la estabilidad presupuestaria está por ver; la crisis bancaria, agravada por el desastre de la gestión de Bankia, la pagarán los contribuyentes, y la reforma laboral ha propiciado más de medio millón de nuevos parados y ha provocado una caída libre de los salarios, uno de sus objetivos ocultos.

En su intervención reivindicó igualmente la unidad y dijo que no alimentaría fuerzas centrífugas, pero que tenía muy claras cuáles eran sus responsabilidades como presidente y las lealtades a las que se debía, y ofreció diálogo, aunque siempre respetando las reglas del juego y los procedimientos establecidos.[epigrafe.120]

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