El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, aprovechó su intervención en la clausura de las jornadas del Círculo de Economía en Sitges para elevar el tono ante la que parece una firme determinación de Carles Puigdemont y su gobierno para convocar un referéndum unilateral de independencia y eventualmente forzar la secesión de Cataluña. «No voy a autorizar ningún referéndum para la secesión porque no puedo ni quiero», sentenció de una manera tajante.

Una posición firme que sustanció en la imposibilidad de dialogar con una Generalitat en manos de una mayoría que solo le deja margen para negociar la forma de un referéndum. De igual manera, Mariano Rajoy repitió que una eventual Cataluña independiente quedaría fuera de la Unión Europea además de forzar a muchos ciudadanos a elegir entre sus múltiples identidades e intereses.

Finalmente, el presidente sentenció que ante la magnitud del desafío catalán deben acabarse las «equidistancias» en alusión tanto a las peticiones que se le hacen desde Cataluña para que explore el diálogo -ahora se lo ha sugerido el Círculo- como a la actitud del nuevo líder del PSOE, Pedro Sánchez.

En este sentido, dejó claro que la respuesta la va a liderar el Gobierno pero atañe también al Congreso y al conjunto de la sociedad española.

Que Mariano Rajoy eleve el tono no se puede aislar de los últimos movimientos por parte de la actual mayoría en el Parlamento catalán. La carta de Puigdemont requiriendo al presidente del Gobierno la negociación de los términos del referéndum solo ha sido la espoleta para poner en marcha la fase unilateral del procés como ayer mismo le reclamaron la ANC, Òmnium y los municipios independentistas.

Los espacios para el diálogo parecen ser cada día más reducidos. Puigdemont y Junqueras exhiben estos días una clara determinación de llegar hasta un final que es tan incierto como indeterminado, vista la manera de preparar un instrumento tan delicado para las garantías democráticas de los ciudadanos como es esa oscura ley de transitoriedad jurídica. Pero a pesar de que el camino se estreche y las posiciones se hagan más rígidas, ni Rajoy ni Puigdemont pueden pretender callar las voces que les piden una salida dialogada del atolladero. Porque esas peticiones no nacen en estos delicados momentos de ninguna forma de equidistancia, sino de la voluntad de ayudar a evitar el choque institucional.