En los tiempos, afortunadamente ya lejanos, de las dictaduras salazarista, en Portugal, y franquista, aquí, en España, el simple paso de la frontera entre los dos países constituía una aventura que hoy resultaría difícil de creer por las nuevas generaciones. Acudir a una sencilla comida en la Pousada de Elvas, por ejemplo, suponía tales trámites fronterizos y aduaneros (había que mostrar el pasaporte en vigor, rellenar impresos varios, abrir los maleteros de los coches), que desanimaban a cualquier ciudadano que quisiera pasar unas pocas horas en el país vecino. Portugal, para muchos extremeños, era sólo un lugar en el que se compraban toallas de gran calidad a buen precio y en el que el café costaba la mitad que en España.

La Revolución de los Claveles, en el año 1974, modificó sustancialmente las cosas. Portugal, su pacífico cambio de régimen, despertó las ilusiones de millones de españoles. Pero llegar a Lisboa seguía constituyendo un cúmulo de dificultades. La policía española escudriñaba al detalle los documentos en los puestos fronterizos, se retiraban con los pasaportes a dependencias interiores para comprobar si se figuraba en alguna lista negra... Las carreteras eran infames, los trenes tardaban siglos en llegar a su destino.

Hoy en día, afortunadamente, modificadas radicalmente las circunstancias, viaja uno por modernas autovías a una de las ciudades más hermosas del mundo, Lisboa, o acude a las playas inmensas de la costa atlántica, o degusta en cualquier taberna un bacalao siempre exquisito, y lo hace como si estuviera en su propia casa. La amabilidad de las gentes, la gentileza con la que acogen al visitante, hacen que uno se sienta recibido con los brazos abiertos.

Los recientes acuerdos de Zamora constituyen una confirmación de la desaparición de las fronteras, la constatación de que una etapa negra de la historia común de los dos pueblos terminó definitivamente. Y si algunos políticos de poca monta pretenden suscitar polémicas ficticias, disputas pueblerinas sobre si una estación de tren ha de estar aquí o unos metros más allá, no harán sino poner de manifiesto su cortedad de miras y su radical alejamiento de la realidad de los tiempos.