Notario

La guerra ha comenzado. ¿Hay que sucumbir al desánimo? La respuesta debe ser negativa, porque, más allá de la obscenidad de una agresión disfrazada bajo el piadoso nombre de guerra preventiva, lo cierto es que la génesis de esta tragedia ha provocado un doble efecto positivo.

Primero. Se ha demostrado que, pese a su precariedad, la ONU es la base sobre la que habrá de construirse el orden jurídico internacional, aún hoy incipiente. Pese a sus limitaciones, han domeñado durante un tiempo el orgullo de EEUU y de sus acólitos, obligándoles a buscar un consenso que se les ha negado. Además, han servido de caja de resonancia de las opiniones contrarias a sus arrogantes postulados. Gracias a ello, quienes han desencadenado una guerra de agresión sin contar con la autorización del Consejo de Seguridad tendrán que asumir sus responsabilidades en solitario, sin diluirlas en un Fuenteovejuna planetario.

Segundo. La contundente reacción popular contra la guerra en todo el mundo prueba que estamos ante la emergencia de un fenómeno de consecuencias enormes: la aparición de una opinión pública global contra la que va a ser imposible enfrentarse en el futuro. No se contaba con este efecto de la globalización, pero ahí está espontáneo y magnífico.

Se avecinan días tremendos. Muchos inocentes morirán. La historia habrá terminado para ellos sin que, seguramente, las responsabilidades por su martirio se diluciden nunca. Pero, sin olvidar la miseria moral que ha hecho posible este drama, hay que hacer germinar en el futuro la semilla del orden jurídico internacional que ya está echada. Y, para ello, el impulso de la gente que ha salido a la calle pidiendo paz será decisivo. Frente a la fuerza, la norma.