Al final de la cadena, allí donde ETA concreta el macabro producto de su criminal labor, algo ha cambiado, las víctimas, lejos de ser silentes bultos en la noche de su tragedia, han decidido levantar la voz y exigir no sólo dignidad, libertad y justicia, sino que han acertado a pronunciar con orgullo sus nombres y el de sus deudos, para que nadie los pueda olvidar, para que todos sepamos que en ellos también nos asesinaron a nosotros. Las víctimas ya no son las de antes, ellas han evolucionado, en el seno de una sociedad aún no plenamente comprometida, para poner rostro al crimen, para denunciar lo que en él se nos roba no sólo a ellos y a sus maridos, hijos o padres, sino a todos y cada uno de nosotros. El talante y talento de las víctimas han evidenciado a los ojos de todos que ETA además de trasnochada y criminal, no es sino la maldita caja registradora con la que se nos cobra por algo que supuestamente todos hemos hecho algún día. Paqui Hernández lo ha denunciado. Su rebeldía encarna a día de hoy la esperanza en la medida en que se niega a ser el opaco producto de una vieja maldición, para ser el nuevo y transparente corazón de quien no tiene nada que esconder y nada esconde. De quien no admite ser la viuda de un hombre al que, al igual que antes a otros muchos, alguien ha tratado de culpabilizar hasta el extremo de hacerlo merecedor de tan execrable crimen. Un hombre de cuya inocencia ella conoce mejor que nadie.

José Alfonso Romero **

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