XExl presidente de EEUU, George Bush, parece que empieza a ser consciente --escrito esto, por supuesto, con todo el escepticismo-- de las consecuencias nefastas que su política errática y diabólica en nombre de la democracia y de la libertad ha provocado en la zona más caliente ahora mismo del planeta, Oriente Próximo. Lo dijo hace unos días en su discurso del estado de la Unión: los estadounidenses son muy adictos al petróleo de esta parte del mundo, una de las más inestables, y es hora de romper esa dependencia a través de la tecnología.

Hace bien en pretenderlo, porque el triunfo del grupo islamista radical Hamás en las elecciones en los territorios palestinos ha sido la última llamada de atención sobre la situación explosiva que vive hoy esa importante región geoestratégica de Oriente Próximo, conformada por 17 países que son los mayores productores diarios de petróleo y poseen en su subsuelo las mayores reservas de hidrocarburos no explotados del mundo.

La Unión Europea también toma posiciones y ha lanzado una advertencia lógica: o Hamás, considerada en Occidente como un grupo terrorista, renuncia a su objetivo de eliminar del mapa el Estado de Israel y lo reconoce como tal, o no le llegará ni un euro de los miles de millones que recibe de todos nuestros bolsillos. Portavoces de Hamás, aunque afirman que no cederán a chantajes, sí han pedido a Europa que no suprima estas ayudas con el fin de no desestablizar más la zona y aliviar las tensiones. ¸Un guiño creíble y esperanzador de que van a moderarse?

Hoy por hoy es imposible pronosticar hacia dónde evolucionará definitivamente la situación en Oriente Próximo, en Palestina y en la franja de Gaza, donde Hamás ha terminado en las urnas con una década de hegemonía política de Al Fatá, liderada hasta su reciente fallecimiento por Yasir Arafat. Pero la victoria de Hamás no ha resultado sorprendente. La corrupción galopante en la Administración palestina y la ambigüedad ante Israel de los seguidores del presidente Abú Mazen han pasado factura. Hamás, que ha desarrollado una política a largo plazo apoyada en una tupida red de asistencia social, tenía en realidad dos puntos inequívocos y básicos en su programa: la creación de un Estado islámico y la destrucción de Israel.

Damnificado por la victoria de estos integristas --que han provocado con atentados suicidas unos 400 muertos en Israel-- no es sólo el partido gobernante Al Fatá. El tratado de Oslo, sobre el que se asentaba el precario equilibrio entre palestinos e israelís, ha quedado también tocado de muerte, al igual que la absurda política de democratización impulsada por la Administración republicana de Bush.

¡Como si la democracia fuera un molde que se pudiera estampar automáticamente en cualquier país sin tener en cuenta su situación económica y sus tradiciones culturales y religiosas!

Esta política ha fracasado ya claramente en Irak, donde la lista electoral apadrinada por EEUU fue derrotada en las primeras elecciones democráticas sin paliativos y donde la violencia de los insurgentes sunís y de Al Qaeda no deja de cobrarse diariamente sus decenas de muertos. Lejos de conseguir en Irak una democracia estabilizada, Bush y su socio británico, Tony Blair, han colaborado para situarnos en uno de los momentos más tirantes y peligrosos que se recuerdan desde hace décadas en el mundo.

También es otro fracaso de esa política democratizadora y libertadora promovida por Bush la elección como presidente de Irán del radical islámico Mahmud Ahmadineyad, quien ya se ha atrevido a retar al mundo occidental al asegurar que su país está dispuesto a enriquecer uranio, un paso previo necesario para dotarse de armamento nuclear.

EEUU debería reconsiderar muy seriamente, aunque no lo hará, su actuación en Irak y en toda la zona, evaluando los numerosos errores cometidos y su efecto devastador sobre el mundo islámico, más en auge que nunca. Como debería reconsiderar, también, los términos de su apoyo a un Israel que, cada día que pasa, se está convirtiendo en un gendarme más malcarado de inconfesables intereses petroleros. Porque otro ingrediente de esta explosiva situación es la precaria posición de Israel. La virtual desaparición de Sharon, hoy enfermo terminal, de la escena política israelí no es buena noticia para nadie. El antiguo halcón, con un pasado que es mejor olvidar, fue capaz de desactivar el potencial explosivo de las colonias israelís en Gaza y representaba, junto con Simón Peres, una esperanza para el centro-izquierda político en Israel y una política de continuidad en la línea de los acuerdos de paz de Oslo. Queda por ver cómo gestiona el Estado judío la creciente presión que se ejerce sobre él.

¿Y el Islam? Ojalá iniciara de una vez su inaplazable proceso de reflexión y examen. Entre los 22 países islámicos no hay ninguna democracia verdadera. Es un hecho lamentable que casi todos los países

árabes son hoy menos libres que hace 30 años. Y, lo que resulta aún más inconcebible, también son más pobres o menos ricos. Como ejemplo, Arabia Saudí, un país de enormes recursos naturales y una renta per cápita que en los últimos 10 años ha caído desde los 17.000 dólares anuales a los 7.000 actuales. Resulta obvio que el fracaso cultural del mundo islámico a la hora de incorporarse a una modernidad que se sintetiza en un respeto estricto a la libertad, a los derechos humanos y a la igualdad entre las personas, es el último ingrediente, muy letal, por cierto, para ver con pesimismo lo que se avecina en Oriente Próximo y sus repercusiones en el resto del mundo.

Y ahora, por si hubiera poco, nuevas amenazas de los radicales islámicos por la publicación en Occidente de unas caricaturas de Mahoma. ¡Cómo si no hubiéramos tenido suficiente ya con las hogueras de la inquisición!

* Director editorial del Grupo Zeta.