XCxomo aquella ave amaestrada que se lleva a la caza para que con su canto atraiga a otras de su especie, las agencias de viaje apuran todos los cebos veraniegos para atraer nuestra atención. Conviene recordar al público que don regalado ya no existe en esta sociedad de pícaros, astutos y socarrones, desde que la raza de los ingenuos ha caído atrapada por los truhanes.

Está bien eso de hacer turismo, cambiar de aires, pero sin tener que hipotecar el sueldo de medio año, dejar a los abuelos aparcados en el primer sitio que se nos ofrezca, o a los animales de compañía abandonarlos. En este caso, lo mejor es quedarse en casa, con el botijo al lado explorar libros (el viaje más barato), pasear con el silencio de la mano y hacer soledad consigo mismo, compartir excursiones con toda la familia y conversar mucho que es buena medicina para el alma. Aquello de que la imaginación también sirve para viajar, considero que sigue siendo una buena terapia contra la amargura del calor y la depresión que deja no alcanzar el cielo que nos ofrecen a porfía las sucursales de paraísos.

Tampoco piense alguien que no estoy por la idea de que el pueblo tenga vacaciones, haga un alto en el camino y descanse. Creo que es una necesidad a potenciar mucho más. Todas las empresas, públicas y privadas, han de comprometerse en librar un dinero en especie, o sea, para el ocio durante todo el año.

El Estado mismo, también debiera convenir, habilitar crecientes bolsas de viaje para aquellas familias que carecen de recursos. Hay que avivar un turismo que aúne generaciones del mismo tronco o de distinta estirpe. Esto ayuda a la armonía, favorece bocas amables (multiplica la amistad) y lenguas que hablan bien (multiplica las afabilidades). Algo que, a juzgar por los hechos, determinadas agencias de reclamo turístico me da la sensación importarles más bien poco. Sus ofertas parecen encaminadas al individuo antes que a familias numerosas. Venden divertimentos solitarios. La convivencia para nada es prioritaria. Sólo hay que ver ese rebaño de personas, (cada uno va a lo suyo), esperando como agua de mayo un tiempo libre, donde cada cual perderse lo más alejado del grupo.

Ya ven, no todo es como reluce en el bombo del reclamo. Como muestra, renacen las masivas denuncias de los consumidores, reclamando deficiencias en la prestación del servicio, publicidad engañosa e incumplimiento de las condiciones de venta.

En esto de hacer turismo todavía estamos verdes. Quizás los poderes públicos debieran promover y tutelar el acceso a un turismo, no sólo para todos, en cuanto necesidad social y disfrute de una atmósfera diversa que da salud, sino de todos y con todos, sin fronteras entre familias. Se me ocurre pensar en esos niños de padres y madres separados, que pudieran todos estar juntos por lo menos en el verano, como personas civilizadas, comunicadoras y comunicativas. Esta actitud no debiera causar espanto, ni complejos, recibir a cualquier persona es de lo más humano que podemos hacer, es un modo de crecer por dentro, una táctica que nos agranda el porte y un gesto que nos achica la impiedad. En cualquier caso, este agosto que media España comienza, sirva para vivir y convivir los unos con los otros, reír juntos a corazón abierto y, reunidos, dialogar más unidos que nunca. Un buen deseo, que sueño se haga realidad en el lector.

*Escritor