Dramaturgo

Empiezan a ponerse de moda las celebraciones de reconciliación. Hace unos días fui invitado a cenar por una pareja que acababa de reconciliarse. Era una cena tumultuosa con casi tantos invitados como la que siguió hace unos años a la ceremonia de matrimonio en el ayuntamiento. La gente estaba feliz porque se había reconciliado la pareja y la susodicha no estaba feliz, estaba de miel y azúcar glasé, melosa perdida y almibarada del todo.

Había que ver cómo se tornaban los defectos de antaño (un antaño de apenas una semana) en virtudes de reconciliación, lo puntilloso que era el marido se había tornado en lo ordenado que es para todo , lo de respondona que tenía la esposa, tornóse en una actitud crítica digna de elogio, la última gresca por llegar él de madrugada y un tanto mojado , se debió a un malentendido sobre una cena de trabajo, y, como postre, nos anunciaron que estaban dispuestos a adoptar a una niña china.

De lo que no habló nadie fue del fiestón que dio el marido al día siguiente de alquilar el piso al que se trasladó cuando la ruptura. Una fiesta con todo, todo, un fiestón que fue bautizado por el marido como la fiesta de la liberación , dos meses antes, cuando salió de su casa con las maletas y el eco de aquel ¡fuera de mi vista, desgraciao! . Nadie habló de aquella fiesta ni de las charlas de camilla de la esposa en las que se refería a estar en la gloria sin tener que aguantarle las manías .

Se está poniendo de moda celebrar las reconciliaciones y me parece bien porque todo lo que sirva para unir (incluso el Super Glub ) debe ser festejado, que de rupturas, odios africanos, allá te pudras y otros belenes, estamos bien servidos.