Autor teatral

Yo mismo me doy el coñazo de endemoniarme. Debe de ser genético, o como poco, una infección de orina que me hace martirizarme. ¿Recuerdo de qué? ¿Para quién? Eso me digo, prosigo pesándome los pros, como se pesan las morcillas de Burgos. Antes de que se me olvide: Feliz año. No crean, que si no me disciplino siempre se me trasiega lo importante, que son ustedes. Ya ven, después de este redicho social y televisamente correcto, me siento feliz, pleno, como un Bush persiguiendo infieles, o Alvarez Cascos saqueando el Haren, para sacarse la crisis de tantos años y tanta mala leche. Esta derecha está perdiendo la misa de doce, pero ganándose a las huríes-mujeres esplendorosas entre ríos de miel. Al final todos integristas, que Alá no es Cristo, pero es más divertido y no tiene tantos ángeles sin sexo ni pecado. El mundo en fin: todos dioses con minga de barro. Recontar, recontando que estoy vivito y coleando --que ya es-- después de tantas natividades y algún que otro funeral. Pero ni por asomo un rictus de melancolía. Menos de un quejío de añoranza. Y juro sobre mis muertos --menos, mucho menos-- una mirada atrás por un quítame ese turrón. Esa es mi victoria, la desazón de los de Corporación Dermoestética, esperando como buitres leonados un presunto gordo y empachado, que hoy no tendrán. Jamás he pactado con el diablo, aunque lenguas viperinas me señalen como Dorian Gray. Mis retratos guardan el negativo justo de unos años en una madurez explosiva. Ni cuadros, ni leches, sino la febril voluntad de pactar con mis nervios, tal estado de frenesí, que hasta el Chill out me pareciese una sandunga. No hay nada como aferrarse a un nervio, para que, tanta gula desmadrada, no desmorone un vicio, la sobriedad plana de estos cuerpos serranos. Su desazón, con ahínco y más pecado, he baboseado manjares, sabiendo que Dios --en el 2003 cumpleaños de su vástago-- me mandaría a Raphael para quemar calorías y paciencia en tan entrañable efeméride. Sólo de oír el poronponpon, me quedé como una sílfide, como el cuerpo volátil de un ugandés y el alma etérea de un Afganistán de Guantánamo. Si otra noche cenas con mis medios millares de íntimos, el postre en casta con los Morancos, cutres mariconadas que te sudan como sudaderas. Por cada bombón un villancico, por cada villancico una mierda de reyes que te afloja la tarjeta y la papada. El éxito de salir indemne está en el aguante de cada uno y en la pesadez de la familia: nada nuevo que contar. Total, que solo me ha quedado de este calvario de lucecita y colores una manta eléctrica y algún amor que no mate de Dulce Chacón. Pero ingrato sería no darle el realce a la úlcera. De la gastroenteritis ni hablo porque es como de la familia. Recontar es pasar páginas que han merecido blanco. Ahora es tiempo de recontar los días y minutos para el Carnaval. Seguro que no me salen las cuentas, pero recontaré igual. Al fin y al cabo, todo es sumar y restar. No hay más. Bueno, multiplicar.