Notario

Un día, hacia el final de la vida de Pere Duran Farell, éste me dijo: "¿Quieres venir a cenar mañana por la noche a mi casa, en Premi ? Está invitado Felipe González". Acepté y, al día siguiente, me dirigí al domicilio del anfitrión, donde nos reunimos media docena de invitados, tras habernos perdido, unos más y otros menos, por las calles serpenteantes de la urbanización. Serían las nueve cuando llegó Felipe. Primero dimos una vuelta por el jardín de la casa, admirando la colección de cactus reunida por su dueño. Luego pasamos a cenar y Felipe se hizo con la palabra. Estaba como suele mostrarse en los últimos tiempos: suelto, desinhibido, locuaz, con un nivel de información envidiable y una muy saludable falta de prejuicios. Los temas fueron al principio económicos, un ámbito en el que a González le gusta moverse con la seguridad del estudiante orgulloso de su aprovechamiento. Luego se pasó a temas más estrictamente políticos. En un determinado momento, Felipe dijo una frase que no he olvidado: "No os engañéis, la independencia de los políticos respecto de los grandes poderes económicos es relativa. Cuando manda la izquierda puede que, en ocasiones y gracias al peso del voto popular, la autonomía sea mayor; pero, cuando manda la derecha, ésta es en muchos supuestos una mera correa de transmisión de las decisiones de los poderosos". He recordado estas palabras al leer que no hubiese sido necesaria la confabulación mafiosa acaecida en la Comunidad de Madrid si el PP hubiese mantenido el Gobierno. Y es que, sin perjuicio de la directa responsabilidad socialista por lo sucedido, el descrédito de la política alcanza, por unas u otras razones, a todos los partidos.