Hace 20 años, la banda terrorista ETA secuestraba y mataba al concejal de Ermua Miguel Ángel Blanco. Aquella acción, que ahora se conmemora no exenta de polémica, sirvió para que todos los españoles, incluidos los vascos, protestaran ante el horror de un acto vil y desproporcionado. No es que los anteriores atentados hubieran pasado desapercibido. No. Cada ataque terrorista resquebrajaba las estructuras internas de los ciudadanos.

Sin embargo, aquel desafío nos tuvo tres días con la cabeza en la picota a cada español. Aquel inhumano y deleznable ataque fue sentido por los ciudadanos como propio. Pasamos 72 horas con la esperanza de que la racionalidad imperara entre los bárbaros, pero como tales, al final, el tiro en la nuca fue el colofón.

Ahora, dos década después, cuando el azote del terrorismo casi se encuentra en el olvido, cuando convive una generación que no recuerde el significado de los golpes de ETA, llegan unos pocos a ensuciar lo que implica el espíritu de Ermua, que unió a una sociedad muy castigada.