Entrevisté a José María Íñigo en el 2005 durante una Ifenor en Plasencia. Él pronunció una conferencia muy elogiosa sobre las bonanzas turísticas de la ‘perla del Jerte’ y le pregunté si en todos los sitios donde le llamaban para hablar (pagando por supuesto) hacía los mismos elogios. Él, que ya era un simpático cascarrabias, me contestó muy airado que no, que esos piropos que lanzaba eran de corazón y no correspondían a ninguna contraprestación económica.

Gracias a esta bendita profesión he podido conocer a ídolos de mi infancia y él era uno de ellos. Sin duda, José María Íñigo comprendió como nadie la importancia de saber idiomas y que lo que se cocía musicalmente en Londres era lo que más tarde iba a sonar en España.

A Íñigo también lo vi muchas veces en la Feria Internacional del Turismo, en Madrid. Durante un tiempo en el que no estaba en primera línea del foco mediático el comunicador y periodista comprendió el auge que experimentaban nuevas formas de ocio, como viajar a otros países. Como director de la revista Viajes y vacaciones visitaba el estand de Extremadura en Fitur y la foto con el consejero de turno en aquellos años era obligada.

Pero no se queda ahí mi ‘relación’ con Íñigo. De pequeño lo recuerdo en el circo. Sí, hace cuarenta años las estrellas de la televisión, de la única que había, hacían giras por los circos. Él junto a Miguel de la Cuadra Salcedo domaba elefantes en el espectáculo de Ángel Cristo. Ahora eso nos puede parecer una boutade, pero entonces era lo más normal del mundo.

Últimamente, lo escuchaba mucho en el programa de RNE No es un día cualquiera con Pepa Fernández. Poner la radio este sábado y enterarme de su fallecimiento ha sido conmovedor. No voy a abundar sobre sus virtudes como comunicador, que ya conocemos todos, sólo puedo decir que su voz y su trabajo incansable hasta el último día de su vida nos acompañarán siempre. Refrán: A la muerte ni temerla ni buscarla, hay que esperarla.