XUxn periodista veterano, listo y con cierta fama de muy bien informado preguntó a un dirigente muy relevante del Partido Popular: "Si ya había tres cuestiones de inconstitucionalidad judiciales contra la ley de matrimonios homosexuales, ¿quién os mandaba meteros en el laberinto del recurso ante el Tribunal Constitucional? ¿No veíais que con eso sólo íbais a ganar fama de retrógrados, homófobos, fundamentalistas y meapilas?". El interpelado contestó en términos solemnes y grandilocuentes: "el partido tiene unos principios y no los supedita a la imagen que pueda dar en su defensa. Dijimos que esa ley era inconstitucional cuando se aprobó, y eso significa que el recurso era ya imparable desde el primer día". Muy épico. A mí me parece que ese dirigente del PP no tenía ninguna necesidad de ponerse tan estupendo, como ahora se dice (rescatando, por cierto, una expresión de Valle Inclán , si no recuerdo mal). Bastaba, sencillamente, con que hiciera ver a mi colega esta realidad evidente: cuando estaban las tres cuestiones judiciales sobre la mesa del TC, no pasaba nada: todo era paz y quietud en este asunto, a pesar de que, en principio, el Tribunal no tendría más remedio que pronunciarse sobre el fondo de la cuestión. En cambio, en cuanto hubo un recurso en toda regla (y aún antes, con sólo el anuncio de presentarlo), el enorme ruido que se ha organizado debería hacernos reflexionar, porque es indicador de que un recurso no es una cuestión, ni siquiera tres cuestiones juntas.

Si de lo que se trata es de asegurarse de que el TC entre en el fondo y afronte la responsabilidad de dictar una sentencia justa, nada como un recurso, bien trabado, que no deje cabos sueltos por los que el tribunal pueda escabullirse en uno más de los actos de cobardía que lo han hecho famoso. La materia del recurso (y de la sentencia) ya pasa a ser lo de menos; lo de más es obligar a este organismo a que cumpla con su deber de interpretar la Constitución. Que es, a juzgar por el ruido, lo que llena de pánico a determinados medios de comunicación, asustados como pavos en Navidad. Pero tengamos todos tranquilidad, porque el TC es capaz de cualquier cosa, como se demostró con su sentencia sobre la expropiación de Rumasa. El futuro está aún en las rodillas de los dioses, como dijo el clásico. Sólo hay que esperar para saber si volvemos a la cordura o si tendremos que cerrar todos los libros de Derecho.

Si de lo que se trata es de asegurarse de que el TC entre en el fondo y afronte la responsabilidad de dictar una sentencia justa, nada como un recurso que no deje cabos sueltos por los que el tribunal se escabulla en uno más de sus actos de cobardía