Agosto empieza nublado y con el mar plato. Lo cual no resta encanto a la promesa de largos días de holganza ni a la ilusión renovada de volver a la tierra donde nací. Un año más, con el retorno a las raíces, se produce el reencuentro, más trascendente quizá porque el contraste entre el oeste del que vengo y el este en el que me instalo es acusadísimo y muy grato. Será la conciencia vívida de esa cita tan antigua casi como la «Estoria de España» de Alfonso X, que España es una pero diversa.

Al anticipar algo mi partida, me he librado del atasco de Mérida, mas no de los ecos de que ha sido desesperante y llevo ya tres días comprobando la diferencia entre la humedad extrema y la sequedad absoluta, gustando la distancia entre los sabrosos platos extremeños y los no menos exquisitos guisos del levante almeriense, llenando mi retina del azul mediterráneo nimbado de calima, que sustituye al ocre que ya tira a gris casi carbonizado por ese sol salvaje de julio.

Todos los años por estas fechas suelo escribir sobre mi encuentro con la playa de mi infancia. Recuerdo algunos artículos donde predominaba la nostalgia y otros exaltados de optimismo. Hoy me encuentro entre una y otro. Dispuesta a no cargar las tintas en todo lo que ha cambiado, que en realidad es todo lo que siento perdido por los años. La tranquilidad de una playa solitaria y agreste, que tal vez era inhóspita y peligrosa, pobre y abandonada en un pueblo atrasado y hambriento, pero que mis ojos de niña feliz convertían cada verano interminable en el paraíso de los juegos inacabables y la libertad absoluta.

Hoy el mismo pueblo estalla de turismo por los cuatro costados, exhala opulencia, modernidad y exceso. Y para mí, ruido insoportable. Pero cuando veo a los jóvenes, sus ojos brillantes como solían brillar los míos ante la promesa de un agosto por estrenar, revivo aquel optimismo y comprendo que los sitios cambian, sí como las personas, pero que las transformaciones no solo no son malas sino que son necesarias. Llegará el día de criticar lo mejorable. Hoy es solo la hora de disfrutar del reencuentro.

* Profesora