TEtl pasado lunes, Alfonso Gallardo dejó el tajo y se puso la chaqueta. Para un hombre que dice sentirse incómodo pisando moqueta, eso de anudarse una corbata y vestirse con un terno debe ser un engorro. Pero la ocasión lo merecía: había que presentar en sociedad, junto con el presidente de la Junta, la refinería Balboa, el mayor proyecto industrial regional. La mayor operación de riesgo empresarial extremeño --nosotros, tan poco arriesgados, que suspiramos por un puesto en la Administración-- que se ha visto nunca por estos pagos. Quizás convendría también verlo así: no sólo como una oportunidad de contar con una locomotora de la industria regional; una factoría generadora de empleo y de impuestos para las arcas extremeñas, sino la refinería como riesgo por una idea. Las ideas de Gallardo han tenido que ir abriéndose paso con dificultad. Con incredulidad la sociedad extremeña ha visto cómo ha ido montando sus empresas, pero en estos momentos esas empresas facturan 90.000 millones de pesetas al año. Y para hacer realidad la refinería este señor bajito y enjuto está dispuesto a poner de su bolsillo 144 millones --24.000 millones de pesetas--, y hacer frente, además, a una operación de crédito, con sus socios, de 840 millones de euros. Nadie arriesga tanto. Por eso, que un industrial de aquí lo haga precisamente aquí, es para quitarse el sombrero.

Y también, por eso, no es justo que al día siguiente, uno de los socios financieros, Caja Madrid, cuya participación en el proyecto junto al otro socio financiero, el BBVA, es del 27 por ciento --es decir, que entre ambos invierten 97 millones de euros-- dijera, por boca de su presidente, Miguel Blesa , que la entidad aún no tenía decidido si habría de participar como socio o como financiador del proyecto. Y que dos días más tarde dijera que, por ahora, no será socio. Se da la circunstancia de que Caja Madrid ha estado incluida en todas las quinielas sobre los accionistas de la refinería desde que se empezó a alumbrar el proyecto y que, por esta razón, ha tenido tantas ocasiones como días para matizar su participación, para desmarcarse o para, como el resto de los socios, no decir nada, dando a ese silencio el único significado que tiene: su compromiso. Pero, no. Tuvo que poner un borrón al día siguiente de la presentación oficial de la refinería. El consejero delegado del Grupo Gallardo, Juan Sillero , situó las manifestaciones de Blesa en el terreno de los formalismos, afirmando que el presidente de la entidad madrileña estaba obligado a manifestarse así porque su Consejo de Administración no había aprobado formalmente la participación en la refinería, pero que el compromiso era firme. Sillero llegó a decir que lo que aparecía en la Prensa no le preocupaba porque no son los periódicos los tableros de estas partidas. Pero este hecho no oculta que Miguel Blesa pudo manifestar su compromiso sin fisuras con el proyecto extremeño y a la vez señalar que falta la aprobación por el Consejo de Administración de la caja, y no lo hizo, habiéndole evitado a Sillero el mal trago de tener que interpretar las palabras del responsable de Caja Madrid y, de paso, desterrando cualquier punto de incertidumbre sobre la composición accionarial --que no la viabilidad-- de la refinería.

Extremadura está ante una oportunidad histórica. La refinería es un proyecto suficientemente importante como para que se ande con ambigüedades con ella. Y por eso mismo, no es de recibo que un socio se exprese renuentemente cuando se le pregunta acerca de su participación.

A este proyecto le lloverán las críticas, y es muy saludable que los ecologistas las manifiesten; que se creen plataformas en su contra e, incluso, que se ponga en duda la idoneidad del emplazamiento en nuestra región. Todo ello fortalece y mejora el proyecto, al que hay que exigir que cumpla las leyes medioambientales que sean de rigor, porque para eso están, pero no más, como si precisamente Extremadura fuera la que tuviera que pagar la factura de una contaminación que no ha generado; como si esta tierra tuviera que hacerse perdonar su responsabilidad en el cambio climático.

Pero por muy intensas que sean las críticas que se le hagan desde fuera, ninguna le hará tanto daño como que los socios que ven en la refinería una oportunidad de negocio den muestras --y si son por puro formalismo, peor-- de indecisión.