Notario

El 10 de junio fue un día aciago para el PSOE. No sólo porque, a media mañana, se consumase la deserción de dos elementos que entregaron la presidencia de la Asamblea de la Comunidad de Madrid al PP. Esto, con ser grave, más pertenece a la crónica de sucesos que a la esfera de lo político. Todos estamos expuestos a encontrarnos tipos así en cualquier esquina. Alguien --quizás el impávido Pepe Blanco-- incurrió en culpa in eligendo, pero esto ocurre en las mejores familias.

Más grave que este accidente fue la noticia de que, el día anterior, Rodríguez Zapatero había zanjado la disputa surgida en Alava entre PSE y PP, al pedir a los socialistas alaveses que voten a los candidatos populares a la presidencia de la diputación y a la alcaldía de Vitoria, "sin pedir nada a cambio". Javier Rojo acató la decisión, pese a no compartir sus razones, por lo que el asunto pareció zanjado. Pero no es así, porque deja abierto un interrogante, que sume en la incertidumbre las perspectivas futuras del PSE. La cuestión es por qué, con independencia del sentido de la decisión, ésta se ha tomado en Madrid, por la dirección central del partido. Debería recordarse que el PSOE tiene una estructura federal, y que quienes gozan de un conocimiento directo de la situación y tienen comprometido allí su futuro son los socialistas vascos. ¿Sería mucho pedir que éstos gozasen de autonomía para resolver las cuestiones que les afectan de forma inmediata, sin pasar por el fielato de los intereses electorales del PSOE en el resto de España? El mero cálculo electoral, fundado en unas hipotéticas preferencias de la sociedad española, no es la mejor base para afrontar un tema tan conflictivo como el enfrentamiento que vive la sociedad vasca.