El Gobierno va a sacar adelante la ya urgente reforma laboral, y puede que los sindicatos monten una huelga general. Sería un error. Desde este diario hemos repetido que el coste del despido no es la varita mágica, y menos en lo más duro de la crisis, durante los primeros meses del 2009. Las empresas contratan cuando recuperan pedidos, no cuando cambian las leyes. En esto, los sindicatos tienen razón. Y el Gobierno hizo bien en ser prudente, porque una ruptura social en lo más hondo de la recesión lo habría empeorado todo. Pero ya no estamos ahí. El PIB creció un 0,1% en el primer trimestre del 2010, y la producción industrial ha aumentado en marzo y abril. Y está mayo; para el empleo suele ser un mes bueno, pero el descenso del paro de este mayo (76.000 personas) es el más alto de todos los meses en los últimos cinco años. Y el Estado ya no puede hacer de locomotora porque debe atajar el déficit. El sector privado tiene que tomar el relevo.

En este marco, la reforma laboral es urgente. El Fondo Monetario Internacional (FMI), cuyo director general es un destacado socialista francés, afirma que en España la crisis se convierte en paro directamente, en vez de ir a una reducción horaria o salarial, como ocurre en otros países europeos. Cierto. El PIB español bajó un 3,6% en el 2009 y el paro se disparó a casi el 20%. En la zona del euro la economía cayó más (4%), pero la media del desempleo no superó el 10%. Parte de la diferencia se debe al excesivo peso en España desde mucho antes de que gobernara Zapatero que tiene la construcción. El desplome del ladrillo crea mucho paro, difícil de recolocar. Pero no hay duda de que la escasa flexibilidad del mercado laboral tampoco ayuda. La primera rigidez existente es la centralización de la negociación colectiva. Cuando a una empresa le bajan los pedidos y pierde dinero, debe poder adaptar sus costes. En caso contrario, acaba teniendo que despedir a parte de la plantilla o, lo que es peor, cesando su actividad.

La solución es negociar en la empresa para lograr un recorte horario, o salarial, o una mezcla de ambos con ayuda del Estado, como en Alemania. Los sindicatos lo entienden y han acordado rebajas salariales a cambio de mantener la actividad. Ahí están Seat, donde el pacto lo encabezó UGT, y Sony, bajo la batuta de CCOO. Pero el ajuste a nivel de empresa no debe ser excepcional. Los sindicatos combaten los ajustes salariales, aunque en ciertos momentos evitan despidos y deslocalizaciones. Esta parte de la reforma se debía haber hecho ya. La otra parte de la reforma, el coste del despido, es más peliaguda. Pero si se explica bien, se ve que es imprescindible. En España, el coste del despido no siempre es caro. Para un tercio de los trabajadores (contratos temporales), es solo de ocho días por año. Por eso la crisis ha causado tanto paro entre los trabajadores temporales, a menudo jóvenes.

Una economía dinámica precisa trabajadores fijos que se formen en la empresa, como en Alemania. Y en el caso de los fijos, el despido es demasiado gravoso. Las empresas pueden despedir, por motivos económicos, con un coste de 20 días por año. Sin embargo, en la práctica, esta vía del expediente de regulación de empleo se usa poco en las pequeñas y medianas empresas. Y, al final, ya en situación de catástrofe, se recurre al despido improcedente de 45 días por año, lo que a veces arruina el futuro.

La reforma no debe quitar derechos adquiridos (los 45 días) a los trabajadores fijos actuales. Pero si queremos empresas competitivas, que generan empleo de calidad, no hay que tener normas más rígidas que las europeas. Sería, pues, razonable que el despido económico (20 días por año) no fuera tan poco utilizado. Y que en los nuevos contratos (incluido el paso de temporales a fijos) la indemnización por despido improcedente bajara a 33 días. Los sindicatos no pueden defender solo a los trabajadores con contrato fijo e ignorar el 40% de paro de los menores de 29 años. Deben tener la cabeza fría y contribuir a que España no gire hacia un país en decadencia. Dice el refrán que quien al cielo escupe, en la cara le cae.