Abortar no es algo gratificante ni placentero, ya que supone el tener que renunciar a un proyecto vital, pero en determinados casos puede ser considerado como un mal inevitable. Porque vivimos en una sociedad imperfecta llena de errores e imprecisiones, donde una equivocación no puede ser razón bastante como para merecer una condena de por vida. Por eso, mientras unos consideran que en determinadas circunstancias el aborto debiera estar despenalizado, otros en cambio, basados en criterios políticos, éticos o morales, han olvidado la pedagogía de la tolerancia y representan ese mundo intransigente que dicen combatir.

El tema del aborto esconde un aparente contrasentido, mientras los progresistas defienden la naturaleza, el ecologismo, la justicia social y están en contra de la pena de muerte, sin embargo no ponen reparo alguno cuando se trata de impedir el derecho a nacer, los conservadores en cambio siempre tan amantes de la lasitud, del pragmatismo y del relativismo a la hora de asumir que el progreso y el bienestar exigen a cambio el pago de ciertas servidumbres, en el caso del aborto, se envuelven en una capa de humanitarismo intransigente y defienden el derecho a la vida por encima de cualquier otra consideración. Sin tener en cuenta que éste es un tema transversal y un principio natural que está por encima de cualquier ideología o de cualquier consideración política o moral. Porque lo último que debería establecerse en estos casos es una guerra psicológica entre los que defienden el derecho de la madre a poder decidir, contra los que defienden el derecho del no nacido.

XA NADIE SEx le ha pasado por la cabeza tratar el aborto como un método anticonceptivo más, entre otras cosas por el efecto traumático que produce sobre quien ha de someterse a semejante práctica; tampoco a considerarlo como un recurso de uso generalizado y cotidiano, ya que se acude a él de una forma excepcional y como un último recurso. Con esta reforma se pretende equiparar nuestra legislación a la normativa vigente en la mayoría de los países de nuestro entorno, donde existe una ley de plazos que establece unos límites en el tiempo, a partir de los cuales no es posible el aborto, evitando con ello la coladera y la permisividad actual, de la que se han aprovechado muchas europeas, al bastarle con presentar aquí el informe favorable de un psicológico para poder interrumpir su embarazo en cualquier momento de la gestación.

Tampoco se ha demostrado que exista una relación causa efecto que provoque que en los países más permisivos haya más casos de abortos que en aquellos otros en los que la legislación es más estricta, de hecho en Holanda está permitido abortar hasta las 24 semanas y sin embargo es uno de los países con un menor índice de interrupciones voluntarias. Porque conjuntamente con la reforma de la ley deberán establecerse unas estrategias educativas y preventivas tendentes a evitar los embarazos no deseados, algo que debe comenzar por una educación sexual clara y exenta de tapujos, continuar con campañas formativas dirigidas al sector más vulnerable de la sociedad, facilitando el acceso a los anticonceptivos y en último extremo proporcionándoles asistencia médica y psicológica.

Algunos consideran que si la actual normativa ha perdurado durante veinticinco años, sobreviviendo incluso a las dos legislaturas del Partido Popular, ha sido gracias al consenso que se estableció en torno a ella, por lo que piden que la actual reforma cuente también con el mayor respaldo posible, teniendo en consideración no solo la opinión de los políticos, sino también las aportaciones de la comisión de expertos en la materia.

Si alguna laguna presenta la nueva ley es la referida a la edad a partir de la cual se considera que una joven está capacitada para tomar tal decisión, ya que si la mayoría de edad está establecida legalmente a los 18 años, parece un contrasentido que una joven a los 16 pueda tener el criterio lo suficientemente formado como para decidir por sí misma semejante cuestión. Y es que para algunos existe una correlación entre estos percances y los nuevos hábitos de vida que nos hemos otorgado, llenos de un exceso de libertad, de relajación de la moral y de las costumbres y de poca tolerancia a la frustración, donde a la inmediatez por conseguirlo todo de forma perentoria se une la ausencia de valores y la incapacidad de asumir las consecuencias de nuestros propios actos.

Más que promover el aborto libre o una legislación permisiva, frases con las que algunos alarmistas han pretendido envenenar la opinión pública, la nueva ley pretende que la mujer, objeto de un embarazo no deseado, pueda abortar durante las primeras semanas de gestación sin ser penalizados, ni ella ni el facultativo que la atienda. Y aquellos que hacen del no al aborto una bandera, que piensen que no todos los derechos terminan con el alumbramiento, ya que es entonces cuando comienza el periodo de mayor indefensión, cuando el nuevo ser tiene que enfrentarse en muchas ocasiones a una realidad adversa, cruel e indigna, viéndose obligado a tener que habitar este espacio de insolidaridad que entre todos hemos construido.