XExste Gobierno, con su presidente como impulsor principal, aspira a cerrar, en la medida de lo posible, la configuración territorial del Estado. El discurso de Zapatero en el Senado hay que entenderlo en este sentido. La reforma del mismo obliga a un esfuerzo de entendimiento entre las distintas fuerzas políticas muy considerable, y a este respecto resulta muy prometedor el replanteamiento de las posiciones iniciales del PP, reconsiderando su posición inicial de oposición cerrada a cualquier clase de reforma en el Senado.

Habiéndose ya consolidado el proceso autonómico, urgen estas modificaciones, que permitan la adecuada representación de los territorios como tales, buscándose la instancia en donde se contrasten y debatan las aspiraciones económicas y políticas de los territorios como tales. Entendida así la reforma desde la Constitución y en la Constitución, nadie debiera abrigar duda alguna sobre las consecuencias de la misma. Estas no pueden ni deben ser otras que la consolidación de un modelo de estructura territorial. Estas reformas se irían culminando con aquellas otras estatutarias hechas en el marco de la Constitución y que cuenten con un amplio consenso.

Hasta aquí, la magnifica teoría, que debiera hacerse realidad. Sin embargo, los poderosos e imponderables peros políticos, surgen como agoreros fantasmas que tratan de convertir lo probable, que debiera de ser lo posible, en algo más incierto, menos probable y más preñado de riesgos e incertidumbres.

Si los grupos nacionalistas con representación en el Congreso, básicamente PNV y ERC, asumen las reformas del Senado y los Estatutos, según el criterio de los pasos sucesivos hacia una meta soberanista, las reformas podrían naufragar. Y justamente, si esto ocurre, que entra en lo francamente probable, las reformas no debieran fracasar. Por eso las declaraciones de Rajoy nos abren a un prudente optimismo, ya que la vertebración básica de la estructura territorial del Estado pasa por este entendimiento entre el PSOE y el PP.

Sería ideal que el consenso fuera más amplio y entrasen los partidos nacionalistas en él. Y ganas dan de recordarle al PNV, desde su tradición cristiana y desde el laicismo más puro a Esquerra Republicana, aquello de "que hay más alegría por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que perseveran", y lo de "que es duro dar coces contra el aguijón". Ya puestos en citas, viene al pelo lo que decía Cambó , "que la mejor manera de propiciar los desastres es pedir lo imposible y oponerse a lo irremediable".

La acción final política en esta cuestión es siempre la resultante de muchas actitudes y acciones diversas, y en este sentido, los partidos políticos, todos y sin excepción, debieran ser escrupulosamente respetuosos con la democracia interna de sus organizaciones, ya que las sensibilidades que puedan manifestarse respecto a los alcances y medidas concretas de las reformas pueden ser distintas.

Es mucha aún la distancia entre los ciudadanos respecto al alcance que deben tener las reformas, con un abanico que va desde el inmovilismo puro al soberanismo tácito. El esfuerzo hay que hacerlo en la profundización del mandato constitucional, que obliga a compaginar "la indisoluble unidad de España" con el reconocimiento de la diversidad de la misma. La unanimidad es imposible, pero el amplísimo consenso general, más allá de singularidades territoriales, obligado. Como obligado resulta huir del equivoco semántico, que pasa siempre facturas muy onerosas.

En cualquier caso el fin último de las reformas debe ser respetar y dar cauce a las diferencias, ahondando en lo que nos une y superando los que nos separa.

*Ingeniero