Dramaturgo

En estas fechas tan relevantes nos empeñamos en regalar. De forma masiva salimos a buscar regalos para los nuestros, los vuestros e incluso los suyos y los de más allá. El caso es regalar algo. Hay regalos empresariales que llegan a costar una fortuna como ese par de billetes de avión para Tailandia o ese cuadro de firma. El jamón de bellota se queda chico cuando de agasajar a un cliente se trata. Ni los Reyes Magos imaginaron alguna vez tamaño volumen de dádivas.

Ahora bien, hay regalos que van en retroceso. Entre esos regalos destacan los que se hacían a los maestros de antaño. Me dicen algunos amigos que (afortunadamente) escasean los regalos en las escuelas. Esta costumbre provocaba situaciones difíciles, injustas y agravios comparativos que escaldaban. Por ello, muchos maestros se negaron a recibirlos. Hubo un maestro que reaccionaba de forma tremenda cuando llegaba un niño con un envoltorio para él.

Sus compañeros de claustro, contrarios también a esa costumbre de recibir regalos, le recriminaban su visceralidad a la hora del rechazo y no sabían a qué se debía esa reacción exagerada. Lo explicó un día, después de lanzar un paquete por la ventana del aula. "Es que una vez, ejerciendo en un pueblo, vi un cartel en el escaparate de la pastelería del lugar que rezaba así: tenemos polvorones baratos para regalos a maestros". Regalamos porque en el fondo nos gusta que nos regalen, lo que pasa que regalar sale más caro que recibir, ¿o no? No estoy seguro y dudo porque hay veces que el recibir un regalo nos lleva a corresponder. ¿Y cómo demonios correspondemos a dos billetes para Tailandia? ¿Con una pluma estilográfica?