El nuevo premio Nobel de Economía, Paul Krugman , escribía hace unos días en diferentes periódicos occidentales que todos los síntomas de la crisis apuntan a un desplome económico que será feo, brutal y largo. ¿Y cómo de largo, se preguntaba él mismo. "En realidad, podría ser muy largo", concluía.

Pero sea larga o corta la duración de esta crisis, una cosa es cierta y es que, dentro de unos años, cuando echemos la vista atrás, quizá comprendamos que en estos días estamos viviendo el finiquito del modelo de capitalismo anglosajón que se forjó en la década de los 70 y se impuso con contundencia en los 80 con el triunfo electoral de Ronald Reagan en EEUU. Un modelo del capitalismo de mercado que huía como de la peste de cualquier tipo de regulación. El mercado era lo suficientemente sabio para regularse a sí mismo.

Sin embargo, esta teoría, que ha funcionado durante tres décadas, lo que ha parido al final es una crisis de enormes implicaciones planetarias --en virtud de la globalización financiera-- que ha afectado en cadena al sistema bancario internacional, a la economía de los países desarrollados y, seguramente, al desarrollo socio-económico de las regiones y los países más pobres del mundo.

XEN ESPAÑAx, afortunadamente, el impacto de este tsunami financiero parece que ha sido menor. Así lo destacaba el último informe mensual del Servicio de Estudios de La Caixa, que atribuía la fortaleza del mercado financiero español a "su baja exposición a los derivados hipotecarios estadounidenses ..., y gracias a una política regulatoria por parte del banco central mucho más rigurosa en cuanto a la gestión del riesgo y la capitalización de las entidades. La elevada capitalización y las provisiones realizadas en los tiempos de bonanza, colocan a la banca española en una situación más favorable para resistir el embate de las turbulencias financieras...".

El Gobierno español, no obstante, aunque cegato para prevenir lo que se venía encima, es cierto que no ha estado remiso a la hora de atajar cualquier posible debilidad del sistema bancario español. Por ello, ha establecido una serie de medidas urgentes que consisten básicamente en avalar al sector y en adquirir activos de la máxima calidad de las entidades financieras. Se trata de acciones que buscan el coste cero para el contribuyente y suponen un impulso a la liquidez de bancos y cajas, básica para la economía real.

Ha adoptado también medidas para tratar de amortiguar la explosión de la burbuja de un sector inmobiliario que vaga por el espacio intentando vender un millón de pisos en medio de un encarecimiento de las hipotecas y de un aumento del paro. El sector inmobiliario ha sido sin duda el motor del desarrollo económico español en los últimos años, pero su quiebra ha hecho recordar a los dirigentes políticos, empresariales y económicos de este país que hay que acometer profundas reformas estructurales que asienten el progreso sobre bases sólidas y diversificadas y no sobre arenas movedizas. O lo que es lo mismo, no poner todos los huevos en la misma cesta.

Pero estas medidas hay que explicárselas muy bien al contribuyente, especialmente lo del coste cero. Veremos si es posible. Sería incomprensible que a su cargo se diera pábulo a la fábula de la cigarra, salvando así la irresponsabilidad y la ineficacia de empresas y entidades que se han enriquecido por una insensatez y una avaricia desmedida, mientras muchas familias se han visto abocadas a dedicar sus ingresos a comer, a pagar la hipoteca y a poco más. Si se ignorara a las familias españolas, se confirmaría el dicho, injusto pero real, de que, en las crisis, el gordo enflaquece y el flaco fallece.

Pero mirando hacia el futuro, el gran interrogante es qué modelo económico-financiero debe emerger de las ruinas de un capitalismo global de mercado que ha alardeado de su capacidad autorreguladora, flexibilidad y dinamismo como factores de progreso.

Es cierto que entre los años 80 y el 2000, época de gran prosperidad, la economía mundial ha sufrido leves recesiones, crisis financieras, inmobiliarias, de las puntocom, etcétera, etcétera, y que pese a estas turbulencias supo sobreponerse por el funcionamiento del propio mercado. Pero la crisis global que vivimos ha demostrado que todo tiene un límite. Y que si los estados en esta ocasión no hubieran acudido a socorrer al sistema, el derrumbe podría haber sido de dimensiones planetarias.

La autorregulación y la superación por sí mismo de ese modelo de capitalismo no han funcionado. Alan Greenspan , presidente entre 1987 y el 2006 de uno de los organismos más influyentes del mundo como es la Reserva Federal de EEUU, fue uno de los principales defensores de este sistema liberal. Confiaba en una especie de código moral innato en los rectores de ese modelo para esculpir una sociedad capitalista ética y justa, y se reía de Keynes por considerar dogma de fe que los gobiernos deben guiar a los mercados para asegurar su eficacia.

Los planteamientos de Keynes siguen intactos 80 años después. Los de Greenspan se han desintegrado. La crisis ha demostrado que esa autorregulación y ese supuesto código moral congénito en los hombres no ha funcionado, sino todo lo contrario. La ambición, la ineficacia y la corrupción --elementos que también forman parte de la naturaleza humana-- han campado a sus anchas y han provocado la actual crisis galáctica.

Ya hay dirigentes políticos y económicos que hablan de conformar un nuevo capitalismo de rostro más humano, más ético y más equitativo, en el que el Estado garantice su funcionamiento con un intervencionismo mínimo, pero imprescindible. Puede ser la solución. La pregunta es quién controla al controlador. La respuesta es: el ciudadano con su voto.

*Director Editorial de Grupo Zeta.